Por Baltasar Hernández Gómez.
Durante cinco décadas del siglo XX y los primeros cinco lustros del tercer milenio las fuerzas opositoras a la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), quien fue clasificado como partido de Estado, fincaba su oferta en aseverar que el cambio democrático significaba la reconversión del sistema político y del conjunto de principios y prácticas para gobernar, a fin de dotar a la ciudadanía de la capacidad para decidir libremente los proyectos de nación, donde procesos administrativos, toma de decisiones, legislaciones, elecciones y prácticas abiertas y transparentes iban a ser los requisitos fundamentales para salir del marasmo autoritario y el atraso económico.
Durante 12 años (2000-2012), el Partido Acción Nacional (PAN) estuvo a cargo del Poder Ejecutivo Nacional y, lo que se creyó a primera vista como transición, para transformar el verticalismo político, la impunidad y la corrupción, se convirtió en una simple alternancia donde predominaron los círculos viciosos y perversos realizados durante 71 años por la maquinaria del PRI, replicando y aumentando las cargas antidemocráticas de los presidentes (Vicente Fox y Felipe Calderón) y los miembros del gabinete, mientras los otros dos Poderes de la Unión (Legislativo y Judicial) seguían dependiendo de la voluntad metaconstitucional de los presidentes del siglo XX, en cuanto distribución de presupuestos, presidencialismo, discrecionalidad e imposiciones político-electorales en las cámaras y tribunales.
Después de más de 20 años de lucha opositora, con un partido político de reciente cuño (partido Morena), con el imaginario de recuperar y hacer realidad “la esperanza de México” y un hartazgo social contra el PRI, PAN y Partido de la Revolución Democrática), Andrés Manuel López Obrador (AMLO) alcanzó la presidencia de la República (2018-2024). Desde 2018 accedió, por el voto de poco más de 30 millones de sufragios, a la primera magistratura de México, enarbolando tres principios: no robar, no mentir y no traicionar, que cautivaron a la masa electoral, pero que en la práctica no aparecen por ningún lado, sobre todo por el modo de pensar y actuar, muy personalista, de AMLO y el equipo de funcionarios que lo acompañan.
A tres años y medio de haber tomado posesión, los lineamientos emitidos como promesas a cumplir durante la última campaña (2011-2012), conocidos como la Cuarta Transformación, no han sido concretados. Las formas y contenidos de la administración federal y de los estados y municipios donde gobiernan mujeres y hombres provenientes del partido Morena no solamente reproducen las experiencias del pasado (a las que en el discurso oficial se les achaca como origen de todos los males), sino que implementan otras prácticas circunstanciales como por ejemplo: la conformación de una mayoría en las cámaras de diputados y senadores; la estructuración de gabinetes, la selección de personas para ocupar cargos de elección popular y administrativos, las magistraturas en el Poder Judicial, las obras y servicios públicos, la militarización de la vida social y las directrices en política exterior, entre otras muchas acciones.
Hasta el momento, sin que esto sea pretexto para que los seguidores lópezobradoristas y/o morenistas se vayan a la yugular, la oferta del actual presidente y los ahora legisladores y gobernantes “morenistas” es letra muerta, salvo la ampliación del número y montos de becas, ayudas económicas a jóvenes, madres solteras, grupos vulnerabilizados y personas de la tercera edad, pues en los rubros anticorrupción, planes de crecimiento económico y productivo y democratización real de la vida nacional no se perciben y mucho menos se sienten los cambios tan divulgados.
Hace apenas 3 días se efectuó el ejercicio llamado revocación de mandato, supuesto mecanismo para que los mexicanos votaran si AMLO se quedaba o no en la presidencia de la República y los resultados a todas luces fueron los que muchos politólogos, líderes de opinión, catedráticos y ciudadanos en general habían avizorado: un gasto de casi 1,600 millones de pesos (mil seiscientos millones de pesos) para cumplir la obcecada disposición del primer mandatario, que sólo alcanzó para situar el 40% de las casillas previstas por el Instituto Nacional Electoral (INE) para elecciones federales, así como mesas de recepción bajo la vigilancia de ciudadanos con filiación al partido Morena.
La asistencia ciudadana no rebasó el 20% (18 millones de votantes) del padrón electoral (92 millones de mexicanos). Del universo que sí depositó boleta en las urnas, 90% determinó que AMLO debe seguir en su cargo, 7% restante se opuso a que permanezca en la presidencia y el 3% restante anuló boletas. Los resultados, sin cargas ideológicas de por medio, demostraron el trabajo organizacional de Morena, o bien, el poco interés por este proceso viciado de origen o la abstención consciente al entramado del presidente AMLO para justificar su ranking nacional. Parafraseando un dicho mexicano, puede asegurarse que el domingo 10 de abril hubo mucho dinero y pocas nueces democráticas.
En la propaganda presidencial y “morenista” se repite hasta el cansancio que los mexicanos prefirieron a AMLO y que los que votaron son la muestra representativa de todos los mexicanos para que siga en el cargo. Asimismo, vociferan que la poca participación es producto de la negligencia, opacidad, impericia y oposición orgánica del INE, así como por la labor de zapa de los partidos conservadores y grupos de la derecha, sin embargo, lo que es comprobable en cifras, es que los resultados pusieron al descubierto que la revocación de mandato fue realmente una medición del “músculo político” del presidente y su partido. Ejercicio que ocupó miles de millones de pesos, horas de transmisión en medios de comunicación digitales, movilización de personas en las entidades federativas (acarreos), pagos de autobuses, despensas, desayunos y comidas y dinero en efectivo.
Pero más allá de la movilización de recursos humanos, técnicos y económicos, la turbiedad más peligrosa estuvo centrada en los mensajes permanentes de polarización donde partidos, ciudadanos e instituciones estuvieron rebotando la pelota de ping-pong, demeritando la democracia. La narrativa lópezobradorista continúa remarcando -pese a todo- que el ejercicio fue exitoso, aunque no haya llegado al 40% de la votación nominal, que era el requisito para que los resultados fueran vinculantes constitucionalmente hablando. La oposición y los “oposicionistas” que no quieren al país (llamados “fifís” por el presidente y seguidores) están reiterando que la revocación de mandato fue un rotundo fracaso que costó miles de millones de pesos y, más aún, la división de los mexicanos.
Después de meses de estira y afloja, entre el Poder Ejecutivo contra el (Instituto Nacional Electoral (INE), las controversias y posturas encontradas en el Poder Legislativo y los análisis y decisiones en la Suprema Corte de Justicia y billones de teclazos, editoriales, artículos, ensayos y videos en torno al tema de revocación de mandato, el cómputo de boletas y los resultados políticos aparecen como medio maquiaveliano no para conseguir aprobación o rechazo, sino para medirle “el agua a la olla de tamales”, como dice la vox populi, con miras a las elecciones federales del año 2024.
Con la pírrica ganancia ilusoria del 90% de las escasas votaciones no ganó AMLO ni su partido Morena y mucho menos la sociedad mexicana. Quien sí ganó es el divisionismo producido por quienes están mandatados a cumplir y hacer cumplir la ley. Pasados los calores políticos se puede observar que nunca hubo intención de implementar la figura democrática de revocación de mandato para que la ciudadanía decidiera si un gobernante sigue o no en su cargo público (Ley Federal de Revocación de Mandato, publicada el 14 de septiembre de 2021), es decir, este mecanismo jamás pretendió darle poder a los ciudadanos para calificar, ratificar o quitar a un representante popular, sino fue utilizado para atemperar los ánimos de seguidores y opositores al actual régimen y con base en los resultados ir conformando nuevas políticas, previendo escenarios político-electorales para 2024.
Finalmente, deseo dejar en claro que en este ejercicio la figura de AMLO fue el protagonista, el único sujeto visible y, que ni con eso, el presidente y acompañantes pudieron llegar a la meta de las votaciones obtenidas en 2018 (31 millones) ni tener el 40% del listado nominal necesario para que la revocación de mandato fuera vinculante como establece la ley. Esto es preocupante para el presidente en turno y su partido, ya que los niveles de participación no auguran resultados favorables en las próximas elecciones federales. Con un nombre (de mujer u hombre) en el recuadro del partido Morena en las boletas de 2024, pero sin la marca registrada AMLO, se ve muy difícil que ganen las votaciones para la presidencia de la República, senadores, diputados y presidencias municipales.
En el aquelarre político de las entidades gobernadas por Morena, desde la noche del domingo 10 de abril pasado, se lanzan vítores porque casi la mayoría lograron entre el 17 y el 24% de las votaciones a favor de la permanencia de AMLO, pero en la praxis ningún gobernante proveniente del partido Morena y menos en el sur del país, ha logrado cuajar siquiera un cambio sustantivo que le otorgue legitimidad y apoyos tangibles. Todo está centrado en quedar bien con el tlatoani del palacio nacional y que la sociedad siga rodando en la inseguridad, la violencia, la pobreza, el populismo-asistencialismo, nulo desarrollo económico/productivo y el enrarecimiento del clima político en los cuatro puntos cardinales.
Ya continuarán las conferencias “mañaneras” de lunes a viernes, giras de trabajo, inauguraciones de obras sin calidad, los enriquecimientos ilícitos de familiares y amistades de AMLO, horas y horas de discursos prometiendo bajas en los precios de electricidad, gas y gasolinas y la tenencia de satisfactores en materia de salud, educación y salarios dignos, así como la propaganda donde se muestra a millones de estudiantes, mujeres y hombres de la tercera edad y seguidores aplaudiendo la labor del presidente en turno.
Sin resultar catastrofista ni que se me considere opositor sistémico al actual presidente y su régimen, a ras de piso, un gran número de simpatías van a ir diluyéndose en el transcurso de los próximos tres años y entonces los pronósticos no estarán en el punto de equilibrio que desea imponer AMLO. Es tiempo para que el primer mandatario corrija el rumbo y queden legados democráticos, económicos, sociales y culturales de altura que impacten positivamente a la sociedad.
Debe quedar muy firme la idea de que lo únicamente importante es México y que los tiempos de gobierno sean eso…tiempos para gobernar por y para los más de 120 millones de mexicanos y que se eleven sus niveles de vida con calidad, justicia y oportunidad. Que los tiempos electorales futuros sean también por y para los mexicanos, porque es tiempo para que se materialicen los cambios prometidos y que AMLO pase a la historia tal y como pretendió ser desde hace más de dos décadas. Faltan 3 años... Esperemos, dijeron los impacientes.
Punto de fuga: cabe resaltar que cuando las cámaras de video y de fotografía enfocaron a AMLO depositando la boleta en urna, éste la mostró y, para sorpresa de todos, dicha papeleta contenía la leyenda “Viva Zapata” con lo que conscientemente el impulsor de la revocación de mandato, quien insistió contra viento y marea las votaciones el pasado 10 de abril, la anulaba conscientemente a la vista de todos, esbozando una sonrisa socarrona…
¡Para qué tanto brinco de meses y meses de controversias, defensas y ataques, para que al final invalidara su propia aprobación!
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