martes, 17 de enero de 2017

Don Arnulfo Abarca, el mejor herrero de Ayutla

*A 20 años de su muerte, aún se le recuerda también por sus actividades filantrópicas y como homenaje esta breve semblanza
*Algunos machetes de cinta que hizo se obsequiaron a expresidentes y exgobernadores
Por: Glendobeth Gutiérrez Castrejón
Corría el año de 1985, cuando después de salir del Jardín de Niños Antonio I. Delgado, de Ayutla de los Libres, Guerrero, pegaba carrera para llegar a la Herrería y Balconería “La Negra”, al ingresar a ella, miraba a varias personas trabajando en la hechura de puertas y ventanas, eran muy jóvenes, alegres, ocurrentes, traviesos, pero muy esmerados en la encomienda que les hacía su gran jefe, algunos de estos trabajadores fueron: Javier, Odón, Beto, Santo, su sobrino Alfonso, así como sus hijos Arnulfo, Antonio y Ruperto, después coincidimos con Güero, Pedro, Jaime y Lencho.
Más adentro de la herrería, encontraba a una pareja de hombres rudos, eran los más madrugadores, pues desde las 5 de la mañana, le daban forma a los muelles de acero automotriz que al rojo vivo salían de la danza galopante de las brazas que eran alimentadas por el aire que les suministraban los fuelles de madera y piel de vaca; esos eran don Félix y Colorado, que a medio día ya tenían forjados: espeques, tarecuas y machetes. Don Alfonso, era otro sabio artesano que a los machetes y cuchillos, les ponía encachadura en forma de águila, caballo, mosca o lo que se le encomendara.
Después de dar los primeros pasos en el taller, recogía algunas piezas de tubulares para improvisar algunos de mis juguetes, pero un día, un hombre recién entrado a la ancianidad que se encontraba haciendo dibujos de acero para algunas puertas, portando mandil de trabajo y un sombrero de petate, me llamó con mucha habilidad y “cariño”, pidió tomara los fuelles y soplara para mantener viva la llama en donde se calentaban unas pequeñas soleras de acero, cuando consideraba prudente me pedía dejara de soplar, entonces sacaba una a una las soleras y rápidamente les daba forma.
La primera vez que apoyé a don Arnulfo Abarca Quijano con los fuelles, que apenas alcanzaba a mis 6 años de edad, recuerdo que mientras trabajábamos compartíamos una Pepsi, él la tomaba en un vaso y yo en la botella. Concluida mi primer jornada, puso en mis manos unas monedas, corrí a casa a platicarle a mi abuela el gesto de mi primer jefe, ella me ordenó las devolviera bajo el argumento que entre vecinos debíamos de apoyarnos, así se lo expresé a don Nuco quien reprendiéndome expresó: “Te lo di porque te lo ganaste, así que agárralo…”.
Fueron aproximadamente dos semanas las que trabajamos haciendo dibujos y muchos otros días en que de manera intermitente, templamos los machetes en aceite de coco producido en nuestro municipio, después el jefe le indicó a su hijo de crianza, Alfonso Abarca Villalba, que me enseñara a pintar y ahí estuve una buena temporada siendo parte de aquel gran equipo de trabajo, hasta que por recomendaciones familiares me concentré más en las actividades académicas de la Escuela Primaria.
Después, por el año 1990 visité la herrería, estaba sola, era un sábado después de las 4 de la tarde, en el espacio donde tenía su fragua don Chon Abarca, don Nuco pulía un machete por los costados con un pujavante, era un candidato a machete de cinta, me enajenaba ver como se desprendían ricitos brillantes de acero, él se dio cuenta de mi presencia y empezó un breve diálogo, que palabras más, palabras menos, fue así:
—¿Te gustaría hacer machetes cuando seas grande? (en su rostro que reflejaba una sonrisa única e irrepetible, denoté dos expresiones, una de nostalgia y otra de confianza por desnudar aquello que generalmente se custodia muy en los adentros del ser humano)…
—Si…
—No es cierto, te irás a estudiar fuera, vas a convertirte en Licenciado, vas a ser chingón como tu abuelito Polín (Apolinar Castrejón Ponce) y cuando regreses al pueblo, ya voy a estar muerto y solamente te vas a acordar de este viejito que hacía machetes…
(Era muy raro que don Arnulfo pronunciara palabras altisonantes, si lo hacía dos veces al año era mucho).
Tímido y ante la mención de su muerte, me quedé callado tragándome una pena, una pérdida que no quería tener de aquel sujeto con un fino predicado que hacía eco en mi corazón estremecido, pues en esta época en que su nombre era tan mentado por ser el dueño de “La Negra”, muy pocos habíamos palpado esa exquisitez que de manera singular emana en momentos en que la espontaneidad florece con toda su esencia.
Seguramente quienes le conocieron desde niño, le supieron algunos errores propios que comete un individuo, en especial doña Hermila Quijano León y el herrero don Alfonso Abarca Gatíca, que como sus progenitores, fueron los primeros en cargarlo el 18 de julio de 1930 cuando nació, más la época en que me tocó tratarle fue de consolidación, de obras, de acciones, de desprendimiento, de amor al prójimo, de justicia... No fue producto de la casualidad, que con su gran esposa hayan sido mis padrinos de bautizo y de primera comunión.
De don Arnulfo pueden decirse muchas cosas, no sé qué tantas malas, pero sí sé que muchas buenas, me pregunto si supo lo mucho que se le admiró, que se le quiso, que se le respetó, siento que estuvo tan ocupado en sus actividades filantrópicas que nunca se dio un minuto para la vanidad, ni siquiera para meditar sobre la propuesta que le hicieron en la década de los 80´s para participar como candidato a la Presidencia Municipal de Ayutla de los Libres. Él dijo de tajo que no, quizá pensó que haciéndolo se alejaría de Dios, pero definitivamente hubiese obtenido tantos votos, que en estos tiempos ningún presidente electo lo hubiese superado.
Él gozaba de apoyar a la gente, en la primera quincena del mes de diciembre en que hay feria en el Barrio de La Villa en honor a la Guadalupana, los encargados de armar los juegos mecánicos solían acercársele para solicitar algún apoyo de herrería y cuando era el momento del pago, generalmente se abstenía de cobrarles, a propósito de la feria, por el año de 1986 me propuso regalarme un traje de apache para que le bailara a la Guadalupana.
Quienes nacieron a partir del año 2000 desconocen que el Ayuntamiento de Ayutla, pavimentó la calle Centenario (actualmente Juan Álvarez), del Ayuntamiento hasta el domicilio de don Arnulfo, por lo que él junto con sus amigos Jafet Ramírez Gatica, Apolinar Castrejón Ponce y después Joaquín Acevedo, se dieron a la tarea de realizar una colecta para pavimentar la calle de este tramo hasta el pie de la capilla del Barrio de La Villa, embellecieron el lugar colando columnas de concreto, construyeron jardineras y pusieron una hermosa fuente, pero después vino un presidente municipal y remodeló el lugar.
Cuando estaba a punto de concluir mi secundaria, me ofreció que si decidía irme al seminario para convertirme en sacerdote, con gusto pagaría mi beca, honestamente me sentía atraído por el servicio espiritual, cosa que me nació por la suscripción a las revistas “Aguiluchos” y “Esquila misional” que me hizo llegar cada mes, lamentablemente mi vocación fue otra, más él seguía firme en su forma de ser, tan es así que a sus 60 años de edad, se iba de misionero a comunidades bien apartadas con otro viejecito y cuando no salía, en su vivienda estudiaba la Biblia con mi madrina Fausta Castro Godínez.
Cuando supo que el Presbítero Jesús Paz García, estaba armando un grupo de personas para que se capacitaran en Jalisco, con el fin de hacer muebles con piel de cerdo para emprender tareas solidarias, nos pusimos a hacer en la fragua bastantes cagualos (instrumento del tamaño de un cuchillo pero con curva) para que los voluntarios los utilizaran en el curso. Fue seguramente por mucho altruismo de su parte, que el Papa Juan Pablo II, le extendió un reconocimiento redactado en el Vaticano.
Don Arnulfo fue verdaderamente popular, pues cuentan algunos de su generación, que junto con su amigo Nicolás Castrejón Ponce, se dieron a la tarea de practicar durante muchas tardes con sus guitarras y cuando se sintieron preparados, hicieron presentaciones a petición de las autoridades municipales, cantaron las mañanitas a las madres y acompañaron a los novios en serenatas que les permitieron reconquistar a sus amores.
En las primeras líneas mencioné que quien me impulsó a realizar esta breve semblanza, hacía dibujos, pero eso era diminuto frente a otras artesanías, pues con garbo elaboró los machetes en sus tres modalidades: “copetón o de trabajo”, el “curvo” y el de “cinta” que lo consolidó en la región y más allá de las fronteras de nuestro país como un hombre de manos e intelecto privilegiados. “En nuestro Ayutla ha habido buenos herreros, pero para mí el mejor era el amigo Nuco”, decía el tío Nicolás Castrejón.

El machete de cinta es un instrumento masculino cuya confección es única por ser cuidadosamente elaborado por contados herreros en la población y generalmente, por ser considerado una verdadera joya artesanal, se obsequiaba a personalidades destacadas. Este machete regularmente llevaba encachadura en forma de águila, sus caras eran blancas y grabadas con buril de lado a lado con ramificaciones y dibujos, según el estilo de cada artesano, además llevaban algunos versos ingeniosos y populares como:
 “Úsame con valor y guárdame con honor.”
“Soy forjado en fino acero para un amigo sincero.”
“Este filo que me vez te pondrá las nalgas al revés.”
“Donde este filo se mete no hay médico que recete.”
“De la Costa Chica vengo y a nadie miedo le tengo.”
“Me gusta la carne humana pero más la de tu hermana.”
Algunos machetes de cinta que hizo, se obsequiaron a los presidentes: Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo; los gobernadores guerrerenses: Caritino Maldonado, Israel Nogueda, Rubén Figueroa Figueroa y Alejandro Cervantes; Hermenegildo Cuenca Díaz, secretario de la SEDENA; Porfirio Muñoz Ledo, secretario de Educación; Jacobo Zabludowsky, titular de 24 Horas; “El Indio Fernández, director de cine; la Academia Militar de West Point de los Estados Unidos de Norteamérica, el cual fue donado por el Heroico Colegio Militar, este machete llevaba gravado de un lado el escudo de México con el nombre del director del Heroico Colegio Militar y del otro el escudo norteamericano con el nombre del director de la mencionada Academia.
Otros ayutlenses que también tuvieron su auge en la elaboración del machete ayutleco y a otras artesanías hechas en el calor de la fragua fueron los señores: Jesús Ávila Villalobos, Luis Castrejón Navarrete, José Carrera, Cristóbal Luna, Genaro Zúñiga Castrejón, Aquilino Barrera, Dionisio Dircio, Inocente Barrera, tan solo por citar algunos.
El “machete ayutleco”, tiene propaganda vigente en diversas obras literarias, en el poema “Canto Criollo” del poeta oriundo de Cuautepec, Guerrero: Rubén Mora Gutiérrez, el bardo costachiquense lo resalta. Y se ha utilizado esta herramienta para cortar el monte, limpiar la milpa, cortar árboles, la caña; lo mismo que para partir un coco fresco, tumbar una palmera, hasta para practicar las batallas guerrilleras del pasado.
El machete de fábrica lo vino a desplazar, pero eso si no hay como el hecho por los herreros tradicionales porque sus machetes están bien templados y no se doblan como los industriales que aunque baratos son de baja calidad, por ello es que en las revoluciones desencadenadas en nuestro país, ante la falta de fusiles, los héroes del pasado llevaban el machete en mano, tal es el caso de los Zacapoaxtla de Puebla, que el 5 de mayo de 1862, recibieron a machetazos a los franceses, en esa fecha histórica cuando las armas mexicanas comandadas por el Gral. Ignacio Zaragoza se vistieron de gloria.
Fue por la década de los 80´s, cuando vimos en la televisión a don Arnulfo Abarca, era cuestionado por el periodista Jacobo Zabludowsky en su noticiero, ahí el entrevistado daba a conocer el esfuerzo no tan sólo de un hombre sino de más de 30 talleres que en Ayutla de los Libres, Guerrero, tintinearon muchas madrugadas antes que el gallo cantara y que el interrogado tuvo la nobleza y la hombría de difundir a favor de la tierra donde el 1 de marzo de 1854, fue proclamado el Plan de Ayutla que propicio la caída del gobierno falaz de Antonio López de Santa Anna.
Arnulfo fue fraterno, sabia del dolor y del esfuerzo de los campesinos y de lo que los acaparadores usureros les hacían, por ello decidió apoyarlos comprándoles la jamaica a precios competitivos y sintiendo un fuerte compromiso con quienes viven del campo, adquirió abono para distribuírselos a los precios más bajos del mercado, tiempo después intuimos que sus ahorros los fue utilizando para realizar una obra sin precedente en nuestra cabecera municipal: La Casa Hogar del Anciano.
Fueron bastantes días que le pagó a una persona para que del arroyo del Palate de Ayutla de los Libres, extrajera arena de la más limpia, cuando al fin amontonó la suficiente, compró varias toneladas de cemento en la localidad y contrató a ayutlenses para que elaboraran tabicones, llegado el momento, empezó a armar castillos de varilla, colar muros, levantar paredes, poner techos y equipar un asilo para los viejecitos desamparados, quizá por eso Dios decidió llevárselo el 18 de Noviembre de 1995, pues se había desprendido de sus ahorros para realizar una obra verdaderamente inmaculada.
La noche del viernes 17 de noviembre de 1995, en su domicilio fue velada la imagen de la Virgen María y del Sagrado Corazón, como en su hogar se ha hecho cada año, quizá por eso el anfitrión estaba bien contento la mañana del Sábado 18 de aquel mes y año, lo encontré afuera de la vivienda de mis abuelos y me dijo: “...haber prepárate que te traerán la herrería de la puerta y la ventana, ahora si vas a estrenar…”, éstas fueron las últimas palabras que le oí decir, se fue a su casa, mientras sus trabajadores llegaban con el trabajo.
Minutos después, el suceso trágico llegó al seno de la familia Abarca Castro, pues su patriarca cerraba los ojos por última vez a la edad de 65 años, la noche del día en que falleció, fue velado en su domicilio al igual que la imagen de la Virgen María y del Sagrado Corazón en el domicilio de su hermano Chon. Al otro día, en su hogar, el padre Tomás vino de Tecoanapa, a oficiar una misa de cuerpo presente y en la tarde su humanidad se trasladó al Asilo que construyó, ahí el sacerdote Jesús Paz García, celebró otra misa de cuerpo presente.
Concluida la segunda misa, familiares, amigos y conocidos lo llevamos a sepultar a su última morada, el Panteón Municipal de Ayutla, y a pesar de que han transcurrido más de 20 años de su partida, todavía se nos ruedan lágrimas de tristeza porque le extrañamos su voz cándida, sus expresiones cariñosas, sus recomendaciones, su testimonio de vida.
Este gran viejo, que ha sido uno de los más apreciados de mi vida, tuvo muchas predicciones atinadas, la herrería se acabó, pero no se acabó su memoria, ni sus obras, ni sus acciones, por el contrario, a más de 20 años de haber partido de nuestro mundo, sigue erguido en la mente y en el corazón de quienes nos quitamos el sombrero para recordar lo mucho que hizo por la niñez, la juventud y las personas más desprotegidas de la sociedad.
Por lo dicho y lo reservado, no me queda la menor duda que el nombre de don Arnulfo Abarca Quijano, merece los honores civiles propios de un personaje célebre y que debe ser considerado para que figure en una calle, un parque, un jardín, un asilo, un kínder, una primaria, una secundaria, una institución de nivel medio superior y superior, porque sujetos con un predicado como el de él, deben exaltarse entre propios y extraños, como un honorable referente.

7 comentarios:

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  2. Honor a quien honor merece, Don Arnulfo Abarca Quijano, sobre todo fué una persona muy sencilla, esposo, padre y hermano ejemplar, y seguramente que tambien fué un muy buen hijo. Dios nuestro Señor, lo tenga enbsu santa gloria.

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  3. Buen comentario y reseña ,, estos autores de la costa chica escribieran más seguido o publicarán sus libros

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  4. Escribir y publicar n
    Más libros

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  5. Los autores guerrerenses deben reseñar más con la ayuda del internet

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  6. Sin duda alguna el mejor ser humano que conocí ahí trabaje durante muchos años el me ayudo para poner mi taller descanse en paz don nuco

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