martes, 8 de marzo de 2016

Manto púrpura

Editorial
Manto púrpura
"Te voy a entrevistar pero no la van a publicar", me dijo un colega periodista cuando me entrevistó sobre mi libro "Manto púrpura: pederastia clerical en tiempos del cardenal Norberto Rivera". Era la continuación de un cerco de silencio en contra de las víctimas de abusos sexuales de sacerdotes en México y contra quienes les dábamos voz y espacio en los medios.
Hace 23 años cuando cubría el Vaticano para la Revista Proceso las historias de las víctimas de curas pederastas fueron un golpe fuertísimo para mi. Primero porque soy católica y sigo siéndolo a pesar de todo (Dios no tiene nada que ver con estos criminales con sotana) y luego porque había un total desprecio de las autoridades eclesiásticas contra ellos, la mayoría hombres, algunos de 60 o 70 años.
Allí empecé a tirar del hilo de la investigación, primero centrado en el cura pederasta por antonomasia de la Iglesia católica: Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo con decenas de víctimas, no todos ellos dispuestos a hablar, y luego con cientos de víctimas de decenas de curas, algunos, auténticos depredadores sexuales con sotana.
Para mi sorpresa, la red de víctimas agredidas sexualmente se iba extendiendo. Crucé el Atlántico rumbo a Estados Unidos, donde fui corresponsal y cubrí el drama migratorio, pero el tema de los abusos sexuales de sacerdotes me perseguía allí donde iba.

Un día, reportando en Los Ángeles, California, uno de mis entrevistados me contó una historia de un cura pederasta mexicano Nicolás Aguilar que había violado 28 niños en tan solo 18 meses y luego fue ayudado a escapar por el cardenal Roger Mahony en coordinación con el cardenal Norberto Rivera. Fui tirando del hilo conductor de la investigación y de pronto, tenía cuatro, ocho, doce víctimas del padre Nicolás.

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