Era
yo apenas un niñito cuando nos mudamos a aquella enorme y vieja casa. La
forma en que la construyeron la hacía parecer un laberinto, más de una
habitación tenía que cruzarse por completo para llegar a donde queríamos, ir al
baño era completa una odisea, cruzábamos el patio, un corral construido por el
ultimo dueño, y allá hasta el fondo, escondido entre unos espesos matorrales
estaba el baño.
Sobra
decir que para mí era una cosa terrible transitar por ahí solo, era la parte
más oscura de la casa gracias a los frondosos árboles que siempre se estaban
moviendo hiciera o no viento, algunas veces hasta podía escuchar a las hojas
susurrar mi nombre y las luces entrecortadas que se colaban entre sus ramas, me
jugaban pasadas. Más de una vez me tuve que aguantar las ganas al no encontrar
quien me acompañara por esa travesía. Sobre todo porque al dar un paso fuera de
la casa, la puerta detrás de mí rechinaba incesantemente amenazando con
cerrarse y dejarme atrapado ahí, porque solo abría por dentro.
Era
tanto mi temor por esa zona de la casa, que pronto mis hermanos se dieron
cuenta y me hicieron aquella terrible jugarreta que hasta hoy no he podido
olvidar, los muy bribones cerraron la puerta a propósito, dejándome afuera, en
ese horrible patio. Lloré y pateé hasta quedarme sin fuerzas, pero ellos solo
reían; tirado ahí, me aseguraba de darle siempre la espalda al feo paisaje,
queriendo pensar que realmente no estaba ahí, pero no funcionó, el silbido de
las hojas pronunciando mi nombre no me dejaba concentrarme en un momento feliz
para sustituir aquella pesadilla, volteé para gritar a los árboles que
callaran, y los descubrí realizando una danza macabra que servía de fondo a la
aparición de una anciana pálida y enojada, que maullaba abriendo tanto su boca
que por un momento parecía que en lugar de cabeza solo tenía un profundo y
oscuro agujero…
La
puerta aún conserva las marcas de mis uñas, de haber tenido solo un par de
minutos más, posiblemente la habría atravesado con mis sangrantes manos, tan
solo por la desesperación. No intenté comprender lo que estaba viendo, yo solo
quería escapar.
En
ese momento mis gritos fueron tan intensos, que una de mis hermanas mayores
escuchó y vino a ver lo que pasaba… a veces pienso que no debió hacerlo,
pues aquel terrible espíritu que flotaba el dirección a mí, atravesó
su cuerpo en el momento justo en que abrió la puerta, solo pude ver que se
desprendía de ella un vapor antes de que cayera al suelo, y después de eso…
jamás volvió; su cuerpo estaba ahí, respiraba, comía, pero no hablaba, no nos
veía, era como si no estuviera ahí, tan solo un envase vacío…le arrebataron su
esencia.
Tiempo
después nos enteramos que esa vivía una viejecilla enferma, que solo se hacía
acompañar por decenas de gatos. Los vecinos todo el tiempo intentaron echarla
por la terrible peste y suciedad que provocaban los animales y que ella ya no
tenía la fuerza para asear, sin embargo, ella firmemente repetía una y otra
vez: —¡ni muerta me alejaran de aquí!—.
Cuando
murió todos sintieron alivio, sin embargo ella era mujer de palabra, cumplió su
promesa y esa casa en el fondo del callejón, sigue siendo solamente suya.
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