Tú hermosa damisela,
Dueña de mis pensamientos;
La encarnación más grande,
Del amor y de la diosa Venus.
En ti conocí y disfrute,
Del amor y no lo grotesco;
Me entregue a tus brazos,
Caricias, piel y sexo.
Nunca existió ni se presentó la lujuria,
En cada uno de nuestros encuentros;
Porque al entrar en ti mujer,
Yo me sentí más grande y más completo.
Probé de ti con gran dulzura,
Tus más húmedos pensamientos;
Logrando saborear el dulce néctar,
De cada uno de tus besos.
Contigo conocí del amor,
El más sublime acto de unión;
Creado por nuestro divino señor,
Para los amantes convexos.
Conocí cada rincón,
De tu adorado cuerpo;
Descubriendo fervientemente,
Cada uno de tus más oscuros secretos.
¡Un altar hay que construirle!
A la mujer que me enseño el amor,
Que erradicó a la lujuria de mi cuerpo;
Y que con sable mató al deseo.
Me postro ante ti,
Inmaculada mujer;
Porque me enseñaste a amar,
Sí, amarte a ti mujer.
Unido a ti quiero vivir,
Por toda mi humilde vida;
Hasta la inmensa eternidad,
En tu mente, tus brazos,
Tu piel y tu cuerpo;
Muy hundido en ti,
Hasta el firmamento.
*Autor: Emilio Nahín Rojas Madero
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