¿Por qué, cuando me ves, reculas?
Por: Miguel Ángel Mata Mata
Ser torero o reportero es lo mismo. En uno enfrentas a una bestia, hasta matarla. En el otro, buscas la verdad, hasta hallarla.
En uno, el clímax llega cuando, vencida, la bestia cede y culmina con la vuelta al ruedo, para comenzar, de nuevo, como en la vida, a la siguiente corrida.
En el otro, el orgasmo de la primicia, o la exclusiva, estalla en la redacción, para morir al ser publicada, tan solo para comenzar, otra vez, como la vida, al día siguiente, para buscar otra historia.
La muleta, en uno, sirve para atraer al toro para engañarlo, debilitarlo, como se vencen las pasiones humanas, para, como la imagen de San Miguel Arcángel, enterrar una espada al corazón de las pasiones que dominan por encima de la razón.
La pluma, en el otro, sirve para anotar las observaciones, hasta el mínimo detalle. Escuchar palabras y compararlas con los hechos. Contrastar con otros acontecimientos y publicar historias llenas de razones, por encima de las pasiones.
Ambos oficios están en riesgo de extinción. Cada día hay menos toreros. Cada día hay menos reporteros.
--- Tú, querido amigo, escogiste ambos oficios. Fue tu elección. Ejerciste, de manera magistral, ambos.
MIDE TUS PALABRAS
No se trataba de un tipo que medía un metro. Se trató de una regla, como de unos treinta centímetros de largo, dos de ancho y muy delgada y flexible construida con acero inoxidable.
Era el cetro de quien presumiese haberse graduado en el hermoso oficio de medir letras, palabras, párrafos, historias que construían fabulosos castillos de imaginación, champurrerados con hechos reales, para ofrecerlos a los lectores.
Con ese instrumento supimos que había letras de ocho puntos, que se usaban para publicar los edictos legales; de diez puntos, para el anuncio económico, donde se buscaba u ofrecía empleo; de doce, para el texto de las historias publicadas; de 24 para los pequeños títulos; de 30 o 36 para la nota secundaria, en los diarios y la de setenta y dos puntos, para la de ocho, columnas, hoy llamada la nota principal.
Puntos, se llamaba la medida con que se medía cada letra que se hacía palabra. Eran entre 24 y 26 palabras por un renglón, de una hoja tamaño carta que llamábamos cuartilla, para construir un párrafo de cinco líneas, o renglones, para los profanos; y redactar una nota periodística en un máximo de seis párrafos. Era aceptable de cuatro.
Tipómetro se llama, aun, esa pequeña regla con la que los reporteros mediamos nuestras palabras porque, aunque no lo crean, en este oficio es indispensable medir nuestras letras, palabras, párrafos, notas.
--- Eso hacías de manera magistral, querido amigo, a grado que te convertiste en un poeta que medía sus palabras. ¡Y qué buen poeta resultaste!
ECHAR LUZ
Dicen que el polaco Ryszard Kapuściński es considerado como el mejor reportero que ha dado el mundo, en el último siglo. Cuando le preguntaron que cuál es el objetivo del cualquier reportero, respondió con una parábola:
“Imaginen que un reportero entra a una habitación oscura en donde reptan miles de cucarachas. La función del reportero no es buscar un insecticida o aplastar a los asquerosos insectos. La función del reportero es apretar el interruptor y encender la luz para que todos vean a las cucarachas”.
Ese hacías, querido amigo. Echabas luz para que la sociedad viese lo que sucedía. Rechazaste, como nosotros, la maldita idea de que los reporteros tenían la obligación de convertirse en militantes de un partido o ideología para convencer a la sociedad de pensar como ellos, o ser sus enemigos.
--- “Eso no es periodismo, es propaganda”, coincidíamos.
FUE POR AQUELLOS TIEMPOS
Fue por aquellos tiempos. De cuando la sabia virtud de conocer el tiempo; de a tiempo amar y desamar a tiempo. De como dice el refrán, dar tiempo al tiempo, cuyo autor, Renato Leduc, también sentenció que, para ser reportero, el primer requisito era no ser pendejo.
Y he aquí que muchos de esos que no lograron ser reporteros, decían que los versos pertenecían a José José. ¡Idiotas!
Con la diestra extendida y vestido de luces, encaraste al astado. Fuiste novillero en la Ciudad de México, mientras acudías a las aulas de la escuela de periodismo.
¿Por qué dejaste la Fiestas Brava?, te preguntábamos. “Porque en algún instante tendría que pagarle un departamento y mantener al toro”, respondías.
El periodismo ganó. Te hiciste de tiempo completo. Con diestra y siniestra, aporreabas las teclas de las pesadas máquinas de escribir Remington u Olivetti.
Fuiste fundador de la agencia de noticias oficial, Notimex, y cubriste, completita, la campaña presidencial del candidato a la presidencia de la República, José López Portillo.
En ese instante recordaste que, cual novillero, en este oficio de locos también hay que echar mano de los pases largos, las banderillas y las estocadas.
Aprendiste a dejar pasar los golpes que da la vida para decirle ole, ole, ole a la vida reporteril.
En ese tiempo, con los bolsillos vacíos, la mente llena y el futuro incierto, comprendimos que todo aquel que creyese que, como reportero, ganaría tanto dinero como para ser millonario, era un gran pendejo… a ocho columnas.
Hoy algunos presumen sus mansiones, autos, cuentas bancarias y se dicen reporteros ¡Infames!
Por ese tiempo de la campaña de JoLoPo conociste a Fatima Ibarrola Jiménez, quien luego fue mi jefa de corresponsales de Canal 13 Televisión y a Enrique Gutiérrez, quien se convirtió, luego, en director de Novedades de Acapulco, a donde regresaste como reportero.
¿Por qué volviste?, preguntábamos, si ya tenías la fuente presidencial en la bolsa.
Te trajo la tragedia. Una hija tuya tuvo un accidente. Dejaste la fuente presidencial, la metrópoli, el centro del poder político para volver al pueblo, tu pueblo, El Kilómetro 30, y hacerte cargo de tu pequeña.
Eso eras. Un impresionante ser humano con una sensibilidad a flor de letras.
LOS TRES COMPADRES
Benito, el niño que su hermano trajo de Galicia para que le ayudase en el Bar Chico, siempre te dijo paisano.
Sería, tal vez, porque tu padre fue un coronel republicano de los que lucharon contra el generalísmo Francisco Franco. Lo mismo que la familia de Benito. Lo mismo te decía el sastre Francisco Gámez Heras, también republicano refugiado aquí, en el paraíso.
Ahí, en el rincón del fondo a mano derecha, de nuestra cantina, te miraban a los ojos. Te sostenían la mirada. De pronto, se escuchaba la grave voz de tu querido compadre, Hugo Zúñiga Guzmán que te reclamaba: ¿Por qué cuando me ves reculas?
O la burlona sonrisa de tu otro compadrito, Raúl Pérez García: “¿Hasta cuándo, Abel? ¿Hasta cuándo vas a publicar esos libros?
Entonces tú eras el director de la Comisión Editorial Municipal de Acapulco. Editaste y publicaste cientos de libros con historias de Acapulco. Tus compadritos te alentaban.
El señor Tordesillas, otro español republicano, avecindado en el edificio Oviedo, era el jefe de la imprenta. Todos decíamos que él era el jefe y tu su ayudante. Ja.
Era el tiempo en que ese cargo, junto al de cronistas y de la hemeroteca, los designaba el presidente municipal considerando los méritos de quienes ejercíamos este oficio. Hoy todo eso ha cambiado.
Hoy emiten convocatorias para que prófugos de otros oficios y profesiones, donde han fracasado, busquen un empleo y vivan del erario. Pero, eso, querido amigo, es otra historia.
SOLIDARIO
¿Recuerdas cuando me fugaron?
Por un mal entendido, alguien me dijo que yo tendría que abandonar el estado. Que, según, el gobernador no podía verme. En aquellos tiempos todos sabíamos que el poder de un gobernador era, y es, similar al de un virrey y son dueños de vidas y muertes.
Asi que, me dijiste, patitas para que las quieres.
Fue un asunto extraño, pues el gobernador nos ayudó a construir Diario 17 en donde, por primera vez en la historia de Guerrero, se pagó el salario mínimo profesional a los reporteros de Guerrero.
Luego, los demás periódicos se vieron obligados a hacer lo mismo. Logramos una revolución. Tu estuviste ahí, con nosotros.
Volvamos a la fuga. Cuando alguien me llamó para decirme que el gobernador me esperaba en Casa Guerrero de Chilpancingo, para hacerle una entrevista, se me puso la piel chinita. Yo no quería venir. Tenía miedo.
Tomaste mi llamada, por cobrar, desde un lugar lejano a Guerrero. “No vayas solo. Yo voy contigo”, recuerdo me dijiste.
Y ahí estabas, a la entrada de la puerta dos de Casa Guerrero. Gracias, amigo.
Teníamos quince minutos para la entrevista. La charla se extendió. José Francisco Ruiz Massieu charló con nosotros, y tres botellas de tinto, por tres horas y media.
--- “Todo aclarado, Miguel, ya regrésate al puerto”, me dijiste. Y volví.
CRONOS
En Diario 17 hiciste crónicas, reportajes y diste inicio a la edición de una columna llamada Cronos, y un cuadernillo con poemas que titulaste: “No son Versos ni Poemas… solo escribo para ti”.
--- ¡Cursi!, te dijimos entre copa y copa de bacacha blanco, pintadito, ahí, en la mesa del fondo, en el bar Chirris. Gil y Benito asentían. Sí. Sí fuiste cursi.
Nunca supimos quién la dijo, pero la hicimos nuestra.
Es una frase que dice que, para ser periodista, es necesario que la tinta se meta a tu sangre. “A otros les meten otra cosa”, reíamos.
Cronos, tu columna con crónicas de la ciudad, la publicaste, hasta el final, en Diario 17 y luego en Síntesis de Guerrero, periódico digital que también me ayudaste a construir.
HASTA PRONTO
La noche de ayer, nuestro amigo, Aureliano Trejo Añorve, me ha enviado un mensaje: “Ha fallecido Abel”. Lloré.
Te has bebido de un golpe todas nuestras letras.
Te has embriagado, al beber, con un solo trago, todas nuestras historias.
Te has fugado, a donde alguna vez te alcanzaremos, para reclamarte, mirándote a los ojos:
--- ¿Por qué cuando me ves reculas?
Hasta pronto, querido amigo.
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