jueves, 23 de febrero de 2017

La verdadera historia de la ciudad

*Una de las mejores maneras de conocer la verdad sobre una ciudad es escribir o leer una novela negra: Martín Solares
Por iris garcia cuevas

Luego de una larga trayectoria como editor y exitosas incursiones en la literatura fantástica e infantil, Martín Solares, originario de Tampico, Tamaulipas, publica en 2007 su primera novela habitada por un policía: Los minutos negros; en ella Solares narra la investigación por parte del “Macetón” Cabrera del homicidio de un periodista que fue que acribillado cuando investigaba, a su vez, una serie de asesinatos de niñas en los años ochenta. Su segunda novela tarda ocho años en llegar: No manden flores, publicada en 2015, cuenta el regreso del ex policía Carlos Treviño al Golfo de México para investigar la desaparición de una rica heredera. Sobre estos trabajos literarios, las ciudades imaginarias que habitan sus policías, el papel de la novela negra y sus autores de novela negra favoritos, trata esta entrevista.
Tus novelas, No manden flores y Los minutos negros, giran en torno a la criminalidad en México: el poder, la corrupción, la impunidad. ¿de dónde viene el interés por abordar estos temas en tu literatura?
—En mi primera novela escribí sobre el país en que viví mi infancia; en la segunda pensaba contar el país en que viví mi adolescencia pero desde el 2005 a la fecha la impunidad y la corrupción alcanzaron un nivel sin precedentes en México, sobre todo en determinadas ciudades, de modo que nadie puede ni debe seguir escribiendo de la misma manera. Tuvimos un par de presidentes de derecha que prácticamente, por incompetencia o indolencia, se lavaron las manos y miraron a otra parte mientras los distintos grupos criminales luchaban entre sí por obtener el monopolio de la droga y de la delincuencia en distintas zonas del país, sobre todo en los estados del norte, como es el caso de Tamaulipas, la región donde nací. Poco a poco las historias de miedo y terror que me contaron distintos amigos, paisanos e incluso parientes, primero como rumores, luego como hechos cada vez más cercanos y finalmente como testimonios de primera mano sobre los excesos de la delincuencia me transformaron en otro tipo de escritor. Para contar la violencia tienes que investigar las palabras de la violencia. Averiguar no solamente cómo hablan los criminales, las víctimas y los policías, sino cuáles son las palabras que se están dejando de usar en cada ciudad. Una vez, hablando ante pequeños alumnos de una escuela primaria, les pregunté cuáles eran las palabras más importantes de la ciudad en que vivían –Tampico, mi ciudad natal, en Tamaulipas– y la respuesta fue muy impresionante: llegaron a usar tantos sinónimos de la palabra “balacera” como sinónimos de la palabra “nieve” existen entre los habitantes de los países árticos. Ellos dijeron “balazo, tiroteo, ráfaga, granadazo, tracatraca, escopetazo, descarga”, y un largo etcétera, hasta que casi no me quedó espacio para apuntarlas en el pizarrón. Y junto a ellas, “miedo, inseguridad, delincuencia” y otras más. Escuchar que la palabra “miedo” es una de las palabras más importantes para niños de 6 o 7 años te obliga a pensar qué estamos haciendo mal. En mi caso, estoy convencido de que a medida que la palabra “narcotráfico”, una palabra que estuvo prohibida en la prensa durante décadas, comenzaba a aparecer a diario en todos los periódicos y noticieros del país, fue evidente que los políticos primero, y la gente común después, dejaron de usar la palabra “justicia”. Ante la oleada de miedo y de secuestros, de robos, de desapariciones, de extorsiones, nadie, ni siquiera los políticos prometían que se haría justicia hasta las últimas consecuencias. ¿Y qué pasa cuando dejas de usar una palabra tan importante como la palabra “justicia” en una ciudad? Todo cambia por completo. Consciente de que este era el país en el que estaba viviendo, y que no tardarían en aparecer la palabra “censura” y la palabra “desolación”, escribí una novela sobre un país en que la palabra justicia hubiese desaparecido para siempre. Me propuse no utilizarla una sola vez en todo el libro (al final aparece en dos ocasiones, como tú bien recordarás) y entendí por qué se dice que la novela es el laboratorio de la vida humana: a través de las historias que viven mis personajes pude ver qué le espera a cualquier ciudad sobre la tierra si dejamos de usar las palabras esenciales que permiten la convivencia entre los seres humanos.
En tus novelas, pese a que los espacios que habitan tus personajes bien podrían identificarse con lugares del Golfo de México, optas por una ciudades imaginarias, ¿por qué?
Porque como creador tienes mayor libertad, y como habitante o nativo de esas ciudades puedes evitar represalias. Es increíble que algunas personas se irriten porque abordes lo que sucedió y está en boca de todos, aunque hayan pasado 20 años. Para evitar emociones novelescas en mi vida privada poco a poco fui creando las ciudades de Paracuán, en Los minutos negros, y La eternidad en No manden flores. Además, crear geografías imaginarias te da la satisfacción de contar lo que nadie quiere contar.
En una sociedad que percibe a los policías como agentes del mal más que de la justicia, ¿por qué los eliges como protagonistas?
En Los minutos negros usé la novela negra para entender el país en el que crecí, y las historias de violencia y crimen que escuché cuando era niño, en particular la historia del Chacal de Tampico, que acechaba a las niñas. Antes de escribir una sola página fui a entrevistar a una docena de policías para saber cómo hablaban, cómo contaban sus historias y cómo vivían. No quería repetir el defecto de muchos malos escritores, que se limitan a copiar al eterno detective rudo y quijotesco, capaz de encontrar al culpable y llevarlo ante la justicia, pues dicho esquema es cada vez menos creíble en el México de hoy. Mis entrevistas no obtuvieron grandes resultados, pero fueron un punto de partida para mí. Estoy convencido de que a la imaginación noir le viene bien salir a investigar. En cambio, para escribir No manden flores las historias de crimen e impunidad tristemente me fueron rodeando durante los últimos 8 años, al grado de transformar mi estilo, y según algunos, afinarlo. No puedes escribir igual sobre la violencia cuando sabes que algunos de tus conocidos o vecinos han vivido en carne propia tales historias. Con respeto, pero ahondando en ellas de modo implacable, tienes que encontrar nuevos recursos para llegar al fondo de la trama y de los personajes, y encontrar esos hallazgos inesperados y esas verdades sobre el alma humana que solo la novela puede ofrecer.
¿Cuál es el papel que juega la novela negra en una realidad como la mexicana?, ¿juega algún papel o está desligada de la realidad?
Creo que la novela negra, a diferencia de otro tipo de relatos, te permite apuntar hacia los peores males de una ciudad, e ir profundizando en ellos hasta donde sea necesario. Como decía Mario Vargas Llosa, la novela negra es el bisturí que permite operar al cuerpo enfermo de una sociedad para mejor comprenderlo.
En México la novela negra nos ha permitido imaginar a los guaruras gracias a El complot mongol; a los sicarios, gracias a Un asesino solitario; a los narcos armados, a lo largo de las obras de Élmer Mendoza, Daniel Sada, Federico Campbell, Juan José Rodríguez, entre otros, y la corrupción cotidiana, que se disfraza de blanca palomita, gracias a otros autores jóvenes, de primer nivel, como Augusto Cruz, Vicente Alfonso o Imanol Caneyadas.
Creo que la novela policiaca debe tener un par de obligaciones: nunca aburrir al lector e ir por delante de la realidad. No podemos ofrecer al lector lo mismo que se lee en los periódicos, sino que debemos profundizar en hechos y personajes, incluir los puntos de vista insospechados, e imaginar lo que podría ocurrir en el futuro.
Pero cada escritor debe encontrar sus propios objetivos en relación a la realidad. En mi caso, cuando adverti que estaba escribiendo una novela sobre el crimen en el Golfo de México, y sobre las palabras que se dejan de usar en este país, me pregunté qué pasaría si Sherlock Holmes tuviera que investigar lo que ocurre en un país en guerra. ¿Cómo seguir pistas que se desvanecen, cómo entrevistar a testigos que prefieren huir de la ciudad, cómo investigar si nadie puede prometer que el detective seguirá vivo al cruzar la acera? Me pregunté cuánto tiempo resistiría con vida y en libertad un personaje tan inteligente y fascinante como Sherlock Holmes, si tuviera que atravesar de sur a norte el Golfo de México, en dirección de la frontera con Estados Unidos, y recorrer pueblos fantasma, carreteras peligrosas, los peores tugurios imaginables e incluso el campamento donde se entrenan los paramilitares, y poco a poco fue surgiendo el personaje de Carlos Treviño, un ex policía, que durante años se ha dedicado a actividades más pacíficas, y decide aceptar una investigación. Como recordarás, no creo en que sea posible ni recomendable importar el personaje del detective literario a lo Conan Doyle o a lo Raymond Chandler y ponerlo a circular en cualquier país, como si fuera un vehículo todo terreno, blindado como un tanque. Eso no es posible aquí. Lo que hice fue desmontar a esa gran invención que es el detective, comprender cómo funciona, tomar sus mejores piezas y usarlas para construir un nuevo vehículo, capaz de atravesar los peores escenarios del Golfo de México. Treviño es un personaje fascinante, con una mente que comprende todo a la velocidad del relámpago; nada consigue acobardarlo y le divierte ir por delante de los criminales, convencido de que resolverá el caso. Pero llegó un momento en que ni siquiera el personaje más sagaz que puedes imaginar es capaz de atravesar ciertas zonas de la ciudad, y comprendes que debes crear no a alguien más inteligente, sino a alguien mucho peor, siniestro hasta la médula, que conozca muy bien el mundo criminal porque forma parte de dicha corrupción. Así nació el Comandante Margarito: el jefe de policía de esta ciudad imaginaria, obligado a resolver un caso que preferiría no resolver. Margarito odia a Treviño, porque fue su mejor policía y no quiso envilecerse, así que Margarito ha jurado matarlo. Que Margarito persiga a Treviño a lo largo de la novela, mientras Treviño desea investigar es uno de los elementos que hacen que No manden flores sea más frenética y según algunos, mucho más oscura, como el país en el que vivimos ahora.
De alguna manera tu trabajo como editor también ha estado ligado a la ficción criminal, ¿qué te atrae como editor de una novela negra?
La calidad de las historias y los riesgos que toman ciertos autores. Tuve el privilegio de leer los manuscritos de Un asesino solitario y El amante de Janis Joplin hace algunos años, y pelear para que se publicaran. Luego, la enorme fortuna de editar esos libros y conocer a un autor como Élmer Mendoza. Más tarde tuve el honor de trabajar con Rogelio Villarreal para crear La puerta negra, la estupenda colección policiaca de Océano, y de publicar a unos cuantos autores estupendos, como Augusto Cruz o Vicente Alfonso, y de publicar aquí, traducidos, a escritores como Marçal Aquino, Olga Tokarczuk, James Oswald o William Ryan.
Es curioso, pero en los últimos años una de las mejores maneras de conocer la verdad sobre una ciudad es escribir o leer una novela negra.
Pese al creciente interés de la crítica y la academia en el género negro, algunos autores rehúyen a ser catalogados como escritores de novela negra, porque piensan que eso es equivalente a escribir con descuido o sin rigor, ven el género más como un producto de consumo que como literatura, ¿tú cómo lo percibes?
Porque durante mucho tiempo la literatura policiaca se limitaba a seguir los mismos esquemas, personajes, historias y estructuras, en su mayoría importadas de Europa o los Estados Unidos (basta leer los primeros cuentos del gran Rafael Bernal, que poco le aportan al género, a diferencia de su magna obra, El complot mongol). Poco a poco, con autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Georges Simenon, Patricia Highsmith, Rubem Fonseca, Henning Mankell o Andrea Camillieri, la calidad literaria de estos y otros autores se hizo evidente.
Un detalle que nunca deja de sorprenderme es cómo ha sobrevivido el prejuicio según el cual, si aparece un policía en tus novelas el resultado no puede ser buena literatura. Muchos lectores distraídos creen que en las novelas es válido incluir prostitutas, proxenetas, drogadictos, políticos sanguinarios e incluso dictadores brutales, pero si incluyes policías el resultado no puede tener calidad literaria. Yo respiro profundamente, y me repito que no saben lo que se están perdiendo, ni están conscientes del tamaño de su ingenuidad.
¿Cómo es tu proceso de escritura, qué pasa en esos cinco o siete años que tardas en escribir una novela?
Me tardé 8 años en escribir No manden flores. Además de las historias que escucho o leo en los periódicos, los sueños y las pesadillas juegan un papel importante en la escritura de mis novelas. Los minutos negros surgió de un sueño en el que una voz me preguntaba: “¿Verdad, Martín, que en la vida de todo hombre hay cinco minutos negros?”. Responder con total sinceridad a esa pregunta me tomó 7 años y 400 páginas. La única respuesta satisfactoria a ese enigma nocturno fue una novela negra que transcurre de día, bajo el calor y el sol del Golfo de México.
En el caso de No manden flores no hubo una pesadilla inicial, sino una serie de historias escalofriantes, que indicaban el grado de impunidad que se está viviendo en muchas ciudades mexicanas, y el grado de complicidad entre delincuentes y políticos –por omisión o por negocio entre ellos. Comprendí que debía dejar otros proyectos y escribir esta novela cuando tuve un sueño peculiar: soñé que una noche muy oscura iba corriendo junto a una multitud, y que un grupo de leones nos estaba persiguiendo. De vez en cuando alguien caía, y no volvíamos a saber de esa persona. Durante un momento en que la multitud se detuvo a recuperar el aliento, alcé la vista y no vi una sola estrella, y me dije en el sueño: “Cuánto me gustaría conocer una historia que me diga cómo hay que vivir en una situación como esta”. Así que desperté y durante 8 años y más de 600 páginas me dediqué a escribir esa historia.
¿Cuáles son los autores del género negro que frecuentas?
En México, Élmer Mendoza, Antonio Ortuño, Augusto Cruz, Vicente Alfonso, Liliana Blum, Iris García Cuevas e Imanol Caneyadas.
En el resto del mundo, Rubem Fonseca y los que he publicado en La puerta negra: Patricia Melo y Marçal Aquino de Brasil; James Hadley Chase, William Ryan y James Oswald de Reino Unido; Ingrid Astier y Caryl Ferey de Francia. En Océano publicamos una antología, Vivir y morir en USA, con algunos de los mejores narradores noir de nuestro vecino del norte. Entre ellos, a la cabeza, Joyce Carol Oates.
Desde tu perspectiva, ¿por qué leemos novela negra?,
Porque nos gusta seguir a los tiburones y regresar para contarlo.

Iris García Cuevas (Acapulco, 1977) es autora de la novela 36 Toneladas (ZETA, 2011), del libro de cuentos Ojos que no ven, corazón desierto (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2009), y de la obra de teatro Basta morir (Teatro de la Gruta VIII, Fondo Editorial Tierra adentro y Centro Cultural Helénico, 2008). Cuentos suyos han sido publicados en una docena de antologías. Fue nominada al premio Silverio Cañada 2012 a mejor primera novela negra en la Semana Negra de Gijón, en España; obtuvo el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2008; mención honorifica en el Concurso Nacional de Cuento Joven Alejandro Meneses, 2008; Mención especial en el Concurso Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario