*Una
de las mejores maneras de conocer la verdad sobre una ciudad es escribir o leer
una novela negra: Martín Solares
Por
iris garcia cuevas
Luego
de una larga trayectoria como editor y exitosas incursiones en la literatura
fantástica e infantil, Martín Solares, originario de Tampico, Tamaulipas,
publica en 2007 su primera novela habitada por un policía: Los minutos negros;
en ella Solares narra la investigación por parte del “Macetón” Cabrera del
homicidio de un periodista que fue que acribillado cuando investigaba, a su
vez, una serie de asesinatos de niñas en los años ochenta. Su segunda novela
tarda ocho años en llegar: No manden flores, publicada en 2015, cuenta el
regreso del ex policía Carlos Treviño al Golfo de México para investigar la
desaparición de una rica heredera. Sobre estos trabajos literarios, las
ciudades imaginarias que habitan sus policías, el papel de la novela negra y
sus autores de novela negra favoritos, trata esta entrevista.
Tus
novelas, No manden flores y Los minutos negros, giran en torno a la
criminalidad en México: el poder, la corrupción, la impunidad. ¿de dónde viene
el interés por abordar estos temas en tu literatura?
—En
mi primera novela escribí sobre el país en que viví mi infancia; en la segunda
pensaba contar el país en que viví mi adolescencia pero desde el 2005 a la
fecha la impunidad y la corrupción alcanzaron un nivel sin precedentes en
México, sobre todo en determinadas ciudades, de modo que nadie puede ni debe
seguir escribiendo de la misma manera. Tuvimos un par de presidentes de derecha
que prácticamente, por incompetencia o indolencia, se lavaron las manos y
miraron a otra parte mientras los distintos grupos criminales luchaban entre sí
por obtener el monopolio de la droga y de la delincuencia en distintas zonas
del país, sobre todo en los estados del norte, como es el caso de Tamaulipas,
la región donde nací. Poco a poco las historias de miedo y terror que me
contaron distintos amigos, paisanos e incluso parientes, primero como rumores,
luego como hechos cada vez más cercanos y finalmente como testimonios de
primera mano sobre los excesos de la delincuencia me transformaron en otro tipo
de escritor. Para contar la violencia tienes que investigar las palabras de la
violencia. Averiguar no solamente cómo hablan los criminales, las víctimas y
los policías, sino cuáles son las palabras que se están dejando de usar en cada
ciudad. Una vez, hablando ante pequeños alumnos de una escuela primaria, les
pregunté cuáles eran las palabras más importantes de la ciudad en que vivían
–Tampico, mi ciudad natal, en Tamaulipas– y la respuesta fue muy impresionante:
llegaron a usar tantos sinónimos de la palabra “balacera” como sinónimos de la
palabra “nieve” existen entre los habitantes de los países árticos. Ellos
dijeron “balazo, tiroteo, ráfaga, granadazo, tracatraca, escopetazo, descarga”,
y un largo etcétera, hasta que casi no me quedó espacio para apuntarlas en el
pizarrón. Y junto a ellas, “miedo, inseguridad, delincuencia” y otras más.
Escuchar que la palabra “miedo” es una de las palabras más importantes para
niños de 6 o 7 años te obliga a pensar qué estamos haciendo mal. En mi caso,
estoy convencido de que a medida que la palabra “narcotráfico”, una palabra que
estuvo prohibida en la prensa durante décadas, comenzaba a aparecer a diario en
todos los periódicos y noticieros del país, fue evidente que los políticos
primero, y la gente común después, dejaron de usar la palabra “justicia”. Ante
la oleada de miedo y de secuestros, de robos, de desapariciones, de
extorsiones, nadie, ni siquiera los políticos prometían que se haría justicia
hasta las últimas consecuencias. ¿Y qué pasa cuando dejas de usar una palabra
tan importante como la palabra “justicia” en una ciudad? Todo cambia por
completo. Consciente de que este era el país en el que estaba viviendo, y que
no tardarían en aparecer la palabra “censura” y la palabra “desolación”,
escribí una novela sobre un país en que la palabra justicia hubiese
desaparecido para siempre. Me propuse no utilizarla una sola vez en todo el
libro (al final aparece en dos ocasiones, como tú bien recordarás) y entendí
por qué se dice que la novela es el laboratorio de la vida humana: a través de
las historias que viven mis personajes pude ver qué le espera a cualquier
ciudad sobre la tierra si dejamos de usar las palabras esenciales que permiten
la convivencia entre los seres humanos.
En
tus novelas, pese a que los espacios que habitan tus personajes bien podrían
identificarse con lugares del Golfo de México, optas por una ciudades
imaginarias, ¿por qué?
Porque
como creador tienes mayor libertad, y como habitante o nativo de esas ciudades
puedes evitar represalias. Es increíble que algunas personas se irriten porque
abordes lo que sucedió y está en boca de todos, aunque hayan pasado 20 años.
Para evitar emociones novelescas en mi vida privada poco a poco fui creando las
ciudades de Paracuán, en Los minutos negros, y La eternidad en No manden
flores. Además, crear geografías imaginarias te da la satisfacción de contar lo
que nadie quiere contar.
En
una sociedad que percibe a los policías como agentes del mal más que de la
justicia, ¿por qué los eliges como protagonistas?
En
Los minutos negros usé la novela negra para entender el país en el que crecí, y
las historias de violencia y crimen que escuché cuando era niño, en particular
la historia del Chacal de Tampico, que acechaba a las niñas. Antes de escribir
una sola página fui a entrevistar a una docena de policías para saber cómo
hablaban, cómo contaban sus historias y cómo vivían. No quería repetir el
defecto de muchos malos escritores, que se limitan a copiar al eterno detective
rudo y quijotesco, capaz de encontrar al culpable y llevarlo ante la justicia,
pues dicho esquema es cada vez menos creíble en el México de hoy. Mis
entrevistas no obtuvieron grandes resultados, pero fueron un punto de partida
para mí. Estoy convencido de que a la imaginación noir le viene bien salir a
investigar. En cambio, para escribir No manden flores las historias de crimen e
impunidad tristemente me fueron rodeando durante los últimos 8 años, al grado
de transformar mi estilo, y según algunos, afinarlo. No puedes escribir igual
sobre la violencia cuando sabes que algunos de tus conocidos o vecinos han
vivido en carne propia tales historias. Con respeto, pero ahondando en ellas de
modo implacable, tienes que encontrar nuevos recursos para llegar al fondo de
la trama y de los personajes, y encontrar esos hallazgos inesperados y esas
verdades sobre el alma humana que solo la novela puede ofrecer.
¿Cuál
es el papel que juega la novela negra en una realidad como la mexicana?, ¿juega
algún papel o está desligada de la realidad?
Creo
que la novela negra, a diferencia de otro tipo de relatos, te permite apuntar
hacia los peores males de una ciudad, e ir profundizando en ellos hasta donde
sea necesario. Como decía Mario Vargas Llosa, la novela negra es el bisturí que
permite operar al cuerpo enfermo de una sociedad para mejor comprenderlo.
En
México la novela negra nos ha permitido imaginar a los guaruras gracias a El
complot mongol; a los sicarios, gracias a Un asesino solitario; a los narcos
armados, a lo largo de las obras de Élmer Mendoza, Daniel Sada, Federico
Campbell, Juan José Rodríguez, entre otros, y la corrupción cotidiana, que se
disfraza de blanca palomita, gracias a otros autores jóvenes, de primer nivel,
como Augusto Cruz, Vicente Alfonso o Imanol Caneyadas.
Creo
que la novela policiaca debe tener un par de obligaciones: nunca aburrir al
lector e ir por delante de la realidad. No podemos ofrecer al lector lo mismo
que se lee en los periódicos, sino que debemos profundizar en hechos y
personajes, incluir los puntos de vista insospechados, e imaginar lo que podría
ocurrir en el futuro.
Pero
cada escritor debe encontrar sus propios objetivos en relación a la realidad.
En mi caso, cuando adverti que estaba escribiendo una novela sobre el crimen en
el Golfo de México, y sobre las palabras que se dejan de usar en este país, me
pregunté qué pasaría si Sherlock Holmes tuviera que investigar lo que ocurre en
un país en guerra. ¿Cómo seguir pistas que se desvanecen, cómo entrevistar a
testigos que prefieren huir de la ciudad, cómo investigar si nadie puede
prometer que el detective seguirá vivo al cruzar la acera? Me pregunté cuánto
tiempo resistiría con vida y en libertad un personaje tan inteligente y
fascinante como Sherlock Holmes, si tuviera que atravesar de sur a norte el
Golfo de México, en dirección de la frontera con Estados Unidos, y recorrer
pueblos fantasma, carreteras peligrosas, los peores tugurios imaginables e
incluso el campamento donde se entrenan los paramilitares, y poco a poco fue
surgiendo el personaje de Carlos Treviño, un ex policía, que durante años se ha
dedicado a actividades más pacíficas, y decide aceptar una investigación. Como
recordarás, no creo en que sea posible ni recomendable importar el personaje
del detective literario a lo Conan Doyle o a lo Raymond Chandler y ponerlo a
circular en cualquier país, como si fuera un vehículo todo terreno, blindado
como un tanque. Eso no es posible aquí. Lo que hice fue desmontar a esa gran
invención que es el detective, comprender cómo funciona, tomar sus mejores
piezas y usarlas para construir un nuevo vehículo, capaz de atravesar los
peores escenarios del Golfo de México. Treviño es un personaje fascinante, con
una mente que comprende todo a la velocidad del relámpago; nada consigue
acobardarlo y le divierte ir por delante de los criminales, convencido de que
resolverá el caso. Pero llegó un momento en que ni siquiera el personaje más sagaz
que puedes imaginar es capaz de atravesar ciertas zonas de la ciudad, y
comprendes que debes crear no a alguien más inteligente, sino a alguien mucho
peor, siniestro hasta la médula, que conozca muy bien el mundo criminal porque
forma parte de dicha corrupción. Así nació el Comandante Margarito: el jefe de
policía de esta ciudad imaginaria, obligado a resolver un caso que preferiría
no resolver. Margarito odia a Treviño, porque fue su mejor policía y no quiso
envilecerse, así que Margarito ha jurado matarlo. Que Margarito persiga a
Treviño a lo largo de la novela, mientras Treviño desea investigar es uno de
los elementos que hacen que No manden flores sea más frenética y según
algunos, mucho más oscura, como el país en el que vivimos ahora.
De
alguna manera tu trabajo como editor también ha estado ligado a la ficción
criminal, ¿qué te atrae como editor de una novela negra?
La
calidad de las historias y los riesgos que toman ciertos autores. Tuve el
privilegio de leer los manuscritos de Un asesino solitario y El amante de Janis
Joplin hace algunos años, y pelear para que se publicaran. Luego, la enorme
fortuna de editar esos libros y conocer a un autor como Élmer Mendoza. Más
tarde tuve el honor de trabajar con Rogelio Villarreal para crear La puerta
negra, la estupenda colección policiaca de Océano, y de publicar a unos cuantos
autores estupendos, como Augusto Cruz o Vicente Alfonso, y de publicar aquí,
traducidos, a escritores como Marçal Aquino, Olga Tokarczuk, James Oswald o
William Ryan.
Es
curioso, pero en los últimos años una de las mejores maneras de conocer la
verdad sobre una ciudad es escribir o leer una novela negra.
Pese
al creciente interés de la crítica y la academia en el género negro, algunos
autores rehúyen a ser catalogados como escritores de novela negra, porque
piensan que eso es equivalente a escribir con descuido o sin rigor, ven el
género más como un producto de consumo que como literatura, ¿tú cómo lo
percibes?
Porque
durante mucho tiempo la literatura policiaca se limitaba a seguir los mismos
esquemas, personajes, historias y estructuras, en su mayoría importadas de
Europa o los Estados Unidos (basta leer los primeros cuentos del gran Rafael
Bernal, que poco le aportan al género, a diferencia de su magna obra, El
complot mongol). Poco a poco, con autores como Dashiell Hammett, Raymond
Chandler, Georges Simenon, Patricia Highsmith, Rubem Fonseca, Henning Mankell o
Andrea Camillieri, la calidad literaria de estos y otros autores se hizo
evidente.
Un
detalle que nunca deja de sorprenderme es cómo ha sobrevivido el prejuicio
según el cual, si aparece un policía en tus novelas el resultado no puede ser
buena literatura. Muchos lectores distraídos creen que en las novelas es válido
incluir prostitutas, proxenetas, drogadictos, políticos sanguinarios e incluso
dictadores brutales, pero si incluyes policías el resultado no puede tener
calidad literaria. Yo respiro profundamente, y me repito que no saben lo que se
están perdiendo, ni están conscientes del tamaño de su ingenuidad.
¿Cómo
es tu proceso de escritura, qué pasa en esos cinco o siete años que tardas en
escribir una novela?
Me
tardé 8 años en escribir No manden flores. Además de las historias que escucho
o leo en los periódicos, los sueños y las pesadillas juegan un papel importante
en la escritura de mis novelas. Los minutos negros surgió de un sueño en el que
una voz me preguntaba: “¿Verdad, Martín, que en la vida de todo hombre hay
cinco minutos negros?”. Responder con total sinceridad a esa pregunta me tomó 7
años y 400 páginas. La única respuesta satisfactoria a ese enigma nocturno fue
una novela negra que transcurre de día, bajo el calor y el sol del Golfo de
México.
En
el caso de No manden flores no hubo una pesadilla inicial, sino una serie de
historias escalofriantes, que indicaban el grado de impunidad que se está
viviendo en muchas ciudades mexicanas, y el grado de complicidad entre
delincuentes y políticos –por omisión o por negocio entre ellos. Comprendí que
debía dejar otros proyectos y escribir esta novela cuando tuve un sueño peculiar:
soñé que una noche muy oscura iba corriendo junto a una multitud, y que un
grupo de leones nos estaba persiguiendo. De vez en cuando alguien caía, y no
volvíamos a saber de esa persona. Durante un momento en que la multitud se
detuvo a recuperar el aliento, alcé la vista y no vi una sola estrella, y me
dije en el sueño: “Cuánto me gustaría conocer una historia que me diga cómo hay
que vivir en una situación como esta”. Así que desperté y durante 8 años y más
de 600 páginas me dediqué a escribir esa historia.
¿Cuáles
son los autores del género negro que frecuentas?
En
México, Élmer Mendoza, Antonio Ortuño, Augusto Cruz, Vicente Alfonso, Liliana
Blum, Iris García Cuevas e Imanol Caneyadas.
En
el resto del mundo, Rubem Fonseca y los que he publicado en La puerta negra:
Patricia Melo y Marçal Aquino de Brasil; James Hadley Chase, William Ryan y
James Oswald de Reino Unido; Ingrid Astier y Caryl Ferey de Francia. En Océano
publicamos una antología, Vivir y morir en USA, con algunos de los mejores
narradores noir de nuestro vecino del norte. Entre ellos, a la cabeza, Joyce
Carol Oates.
Desde
tu perspectiva, ¿por qué leemos novela negra?,
Porque
nos gusta seguir a los tiburones y regresar para contarlo.
Iris
García Cuevas (Acapulco, 1977) es autora de la novela 36 Toneladas (ZETA,
2011), del libro de cuentos Ojos que no ven, corazón desierto (Fondo Editorial
Tierra Adentro, 2009), y de la obra de teatro Basta morir (Teatro de la Gruta
VIII, Fondo Editorial Tierra adentro y Centro Cultural Helénico, 2008). Cuentos
suyos han sido publicados en una docena de antologías. Fue nominada al premio
Silverio Cañada 2012 a mejor primera novela negra en la Semana Negra de Gijón,
en España; obtuvo el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2008;
mención honorifica en el Concurso Nacional de Cuento Joven Alejandro Meneses,
2008; Mención especial en el Concurso Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo
Mancebo del Castillo, 2008.
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