Por
José Antonio Belmont/Joaquín Fuentes/Milenio
Chilpancingo,
Gro.- Amapoleros. Así es como los conocen en la sierra de Guerrero, donde al
menos mil 200 comunidades, con una población hasta de 50 mil habitantes,
dependen del cultivo de la amapola, según las organizaciones de campesinos
serranos.
Ellos
se consideran agricultores, campesinos, nunca narcotraficantes o criminales.
Desde hace 50, y hasta 60 años, dicen, cultivan esa planta que deriva en una
droga como la heroína, o que puede utilizarse para uso medicinal, como el caso
de la morfina.
Saben
que cultivar amapola en sus tierras es ilegal, que le venden su producto al
crimen organizado, que a su vez lo convierte en una de las drogas más adictivas
que existen en el mundo y que inunda el mercado de Estados Unidos: las agencias
de seguridad de ese país, como la DEA, calculan que al menos 40 por ciento de
la heroína consumida procede de México, y en particular de Guerrero, que es el
principal productor de amapola en el país (informe de Evaluación de Amenaza
Nacional de Drogas del año pasado).
Reconocen
que esta actividad es la herencia que le dejan a sus hijos, la misma que
recibieron de sus padres. Es un asunto de monedas, de dinero: por la amapola
ganan no menos de tres mil pesos por kilo.
Los
amapoleros de la sierra de Guerrero, formada por partes de los territorios de
municipios de Eduardo Neri, Leonardo Bravo, Heliodoro Castillo, San Miguel
Totolapan, Coyuca de Catalán, Pungarabato, Arcelia, Atoyac, Petatlán, Coyuca de
Benítez, Zihuatanejo, La Unión y Tecpan de Galeana, aseguran que “no hay de
otra”, que debido a las condiciones de pobreza, inseguridad e incluso
incomunicación en que se encuentran, es la única manera de sobrevivir.
Todos
coinciden en que están dispuestos a dejar esta actividad, pero se dicen
“olvidados” por el gobierno para poder concretar alternativas, otros proyectos
productivos legales, seguros…
La
comunidad de Petlacala es una de las 191 que integran el municipio de San
Miguel Totolapan. Se encuentra a casi 200 kilómetros de distancia de
Chilpancingo y a más de 300 de Acapulco: son no menos de seis horas de
recorrido por caminos de terracería.
“A
nosotros nos dicen amapoleros… Es penoso y sabemos que estamos contra la ley,
pero de dónde más, es mejor sembrar la amapola que ponernos a robar”, dice Juan
Sánchez, habitante de Petlacala.
“Aquí
estamos olvidados, bien jodidos. Aquí es la sierra, el pulmón, y ¿qué le meten?
Nada, todo está jodido aquí, nosotros trabajamos en esto porque no nos queda de
otra, y el gobierno nada más viene para chingarnos”, cuestiona Noé Reyes,
cultivador de amapola, en alusión a los sembradíos fumigados o destruidos por
tropas federales.
La
producción
En
esta localidad, enclavada en la región de la Tierra Caliente, se cultiva
amapola desde que sus habitantes tienen memoria.
Informes
nacionales e internacionales dividen en dos corredores los principales
cultivadores de amapola: el norte, que se ubica en la Sierra Madre Occidental y
abarca municipios de Durango, Nayarit, Sinaloa y Chihuahua, y sur, que
comprende solo a Guerrero.
Los
amapoleros invierten la mitad del año en esta actividad, en la que nada es al
azar, como la selección de tierras para el cultivo: en Petlacala se rige bajo
la de norma de comunidad y solo existen hojas de zona que delimitan el
territorio de uno u otro poblador, pero nadie es dueño.
Menos
se deja a la suerte la ubicación de los campos, pues además de factores
propicios de la naturaleza, también interviene el hacer lo más complejo posible
su localización para impedir los operativos terrestres que implementa el
Ejército, y así es:
Hay
que recorrer al menos una hora de distancia de Petlacala al campo de amapola
más cercano. El camino solo permite que ciertos vehículos —principalmente
camionetas— puedan acceder a éste, y solo quienes conocen el lugar puedan
llegar a los cultivos que se confunden entre el resto de la maleza.
Al
llegar, con disparos de sus escopetas y piedras ahuyentan a las ardillas que se
comen el bulbo de estas plantas rosas, blancas y rojas.
Aunque
no hay una temporada fija, prefieren sembrar en invierno, por octubre,
noviembre y hasta diciembre, para poder rallar el bulbo y sacar el producto
—como ellos le llaman— en primavera, marzo, abril y mayo.
“El
sol como que la calienta y hace que sude y lagrimé más y cuando está nublado
no; sí sale, pero se consume”, explica Luis Salgado, trabajador de estas
tierras de cultivo, o peón, como se les conoce.
Los
peones bien pueden ser del propio Petlacala o como en su mayoría ocurre, vienen
de otras partes de la región de la Montaña de Guerrero como Tlapa y Chilapa,
principalmente.
En
algunos casos se quedan en las casas de los “patrones amapoleros” por periodos
de hasta cinco meses, ganan 200 pesos por día (seis mil pesos al mes), en
jornadas que van de ocho a 10 horas en los campos de amapola, aunque también
ayudan en otras tareas domésticas, como poner cercas, por ejemplo.
“Estamos
en medio de la sierra, lejos de cualquier pueblo, esto se hace para que el
gobierno no la corte… Entonces, el primer día nada más se ralla con unos
garabatos que son como unos ganchos de madera con dos navajitas para que corte
el bulbo y le haga la raya y se deja ese día y hasta el otro se viene a juntar
el producto con los botecitos”, explica Salgado.
En
cuanto a la ganancia, “depende de la mercancía es el precio”:
“Hay
alguna que sale mejor y otra más corrientita que sale en seis pesos el gramo y
la mejorcita hasta 15, 15 mil pesos el kilo”, puntualiza Juan Sánchez,
cultivador de amapola.
—Por
lo regular ¿cuánta mercancía le compran al final de los cinco, seis meses que
invierte?
—Poca…
10 kilos, 15 kilos los que más.
Eso
es 225 mil pesos, unos 37 mil pesos al mes. Los que ganan son los narcos: un
kilo de heroína en México vale 35 mil dólares (630 mil pesos), y en Estados
Unidos al menos 71 mil dólares (1.2 mdp).
La
mejor heroína llega a costar 131 mil dólares (2.3 millones de pesos), según
estimaciones del gobierno de Estados Unidos.
Los
llamados amapoleros evocan que antes de que dependieran de la amapola para
vivir, en Petlacala el principal sustento era el ganado o el campo con el maíz,
aguacate y manzana, o incluso el maguey, cuyo mezcal es muy conocido en esta
zona.
“La
amapola nos dio en la madre porque antes había muchísimo ganado y lo cambiamos
por la amapola; solo vino a dejarnos problemas, ya nadie sabe criar un
animal, sembrar maíz, porque es más fácil sembrarla”, enfatiza Jesús Reyes,
cultivador de amapola.
Pero
también coinciden en que no se gana tanto como se piensa, pues argumentan que
además del medio año que le invierten casi de manera íntegra a los cultivos,
también los costos por mano de obra con los peones o los bultos de abono y regaderas
de agua, entre otros materiales, les deja al final del semestres “si acaso la
mitad” de las ganancias.
“Esto
sin contar los riesgos”, añade Sánchez:
“Es
el trabajo que tenemos más a la mano pero tampoco vamos a salir de pobres;
nunca lo vamos a lograr, sí nos deja un poquito más (de dinero) pero está
difícil, los helicópteros vienen y nos la fumigan, el gobierno viene y nos la
troza, y ahí perdemos todo nuestro trabajo, la inversión que hacemos”.
Un
riesgo más son sus compradores: integrantes de bandas delincuenciales que en
ocasiones, según cuentan, no aceptan sus condiciones y precios de venta por la
goma y a punta de armas imponen las suyas: el riesgo de una actividad fuera de
la ley.
“Sí
se siente temor, porque a veces no se sabe qué personas son, pero lo tenemos
que hacer porque tenemos que venderla, pues necesitamos el dinero.
“La
gente de abajo, los del valle, que nos dicen amapoleros y que por nosotros
están todos estos desmadres, la delincuencia y todo eso que porque de aquí sale
todo eso, pero la verdad no, no nos queda de otra”, afirma Noé Reyes, hijo de
amapolero.
Promesas
incumplidas
Recuerdan
cuando el año pasado bajó el helicóptero del entonces gobernador interino
Rogelio Ortega en el patio de la telesencundaria de la comunidad, escuchó sus
problemáticas, prometió resolverlas y se fue.
Todo
quedó igual, recuerda Reyes, quien también afirma que durante la administración
de Ángel Aguirre acordaron una cita a la que al final no llegó el entonces
mandatario y envió a un secretario; y con el actual gobernador Astudillo se
protestó en la Autopista del Sol con el resultado conocido: más de 70
detenidos.
“Todos
sabemos que está contra la sociedad, pero no tenemos ningún apoyo municipal,
estatal o federal… Aquí se da muy bien la manzana, el aguacate, la flor de
alcatraz, pero si no tenemos una buena carretera ¿dónde vamos a tener mercado?.
“De
por sí queremos cambiar la amapola por proyectos productivos, es por lo que
hemos luchado, porque este es un herencia que le dejamos a los hijos: si yo
trabajé la amapola mis hijos también lo van a hacer y sus hijos de ellos así
van a seguir y esto es cuestión de nunca acabar”, subraya.
Respecto
a la propuesta que en las últimas semanas el gobernador priista de esa entidad,
Héctor Astudillo, y recientemente diputados y senadores de PRD y PAN, han
planteado sobre la legalización de la amapola para fines médicos, los
cultivadores de la planta no la comparten del todo.
“No
sé cómo quedaría esto, si al legalizarla el precio bajaría o si se termina la
delincuencia porque esto lo haría el gobernador para que baje la delincuencia”,
considera Sánchez.
“Yo
no le veo solución, el tema del narcotráfico y la amapola, esto no es cuestión
de nosotros, nosotros somos productores y como productores a lo que le tiramos
es a esto porque es la única fuente de trabajo que nos da dinero” abunda Reyes.
Y
es que Petlacla tiene otra particularidad además de que se ubica en uno de los
puntos más altos de la sierra de Guerrero, y es que los hombres y adolescentes
de la localidad se han armado desde hace casi dos años porque la disputa de las
bandas delincuenciales de esta zona no les dejó de otra.
En
octubre de 2014 tomaron sus escopetas y comenzaron a recorrer la comunidad en
busca de seguridad. Petlacala fue la primera, hoy esta “policía comunitaria”
está conformada por 12 comunidades del municipio de San Miguel Totolapan con
aproximadamente mil pobladores.
Esta
es otra de sus demandas: ser reconocidos como Policía Rural Comunitaria y se
integren a la nómina del gobierno estatal, tal como ocurrió con la comunidad de
Chichihualco durante la pasada administración perredista.
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