lunes, 22 de junio de 2015

El sueño de una madre indígena jornalera y su hijo en los campos Agrícolas

*Condiciones insalubres y miserables en que laboran y viven los jornaleros
Por: Andrés Resillas
Tepalcatepec. Eran las cinco de la tarde. El calor se resistía a ceder en esta ciudad tierra calenteña. Entramos al galerón llamado albergue para los jornaleros agrícolas migrantes y la alegría de los niños sobresalía en el ambiente.
Los maestros responsables de enseñar las primeras letras a los pequeños comenzaron a armar el presídium para el evento. Se entregarían desde uniformes hasta los útiles escolares a los niños de preescolar.
Afuera, sobre la avenida que se ubica a la salida a Coalcomán llegaban las camionetas de redilas transportando a más jornaleros. El bullicio era notable. Aunque sus caras mostraban el cansancio de la jornada, los trabajadores regresaban contentos con sus 90 pesos de salario en la bolsa.
Rostros morenos, curtidos por el sol y la tierra de cultivo. Las condiciones inclementes de Tepeque cobraban la factura en estos hombres provenientes de Guerrero, Oaxaca y la Meseta Purépecha de Michoacán.
Hombres y mujeres diariamente, durante dos meses, que es la temporada de cosecha del melón y el pepino en Tepalcatepec, se levantan a las cinco de la mañana para iniciar su trabajo y ganarle frescura al día. Antes de que amaneciera, ellos ya habían cumplido con la mitad de la faena.
En el galerón había mucho bullicio. Poco a poco estaban llegando las familias jornaleras y sabían que el gobierno les entregaría a los pequeños sus enseres para estudiar.
Pero los reporteros no ignoramos el cansancio de ellos. Allá, en el fondo del inmueble dormitaban varios pequeños, ajenos completamente a lo que se les preparaba. Junto a ellos estaba una madre de familia y a su lado su pequeño hijo.
Se acostaron en la parte más fresca, así en el suelo. Ella se alcanzó a quitar sus zapatos de plástico. Sus piernas estaban sucias de la tierra de los plantíos que cientos de veces recorrió cargando pepinos. Su pequeño hijo estaba desnudo de la cintura para abajo, permitiendo que el aire refrescara su cuerpecito.
Don Paco Vieyra, el reportero gráfico, fue el primero en advertir la escena. Con mucho sigilo y respeto comenzó a tomar sus fotos. No se quiso acercar, sino que desde una distancia prudente comenzó a disparar sus tomas.
Me impresionó el sueño de la mujer. No era un sueño placentero. No había evidencia de que lo disfrutaba. Era un sueño necesario, urgente.
Ni siquiera la presencia de extraños parecía ahuyentar el sueño. La mujer no se percató de lo que ocurría porque su cansancio era enorme.
No había camas ni muebles de habitación. El galerón era la casa común donde habitaban decenas de familias de los jornaleros migrantes. Ellos son los pobres de pobres. Capaces de trabajar hasta 10 horas seguidas por menos de 100 pesos.
Nosotros, el pequeño grupo de prensa, ya habíamos recorrido los albergues de Yurécuaro, Tanhuato, San Lucas y ahora el de Tepalcatepec. Nuestro reportaje era de enfoque educativo, pero nos ganó la realidad.
Las condiciones insalubres y miserables en que laboran y viven los jornaleros agrícolas migrantes nos hicieron cambiar nuestro objetivo. Como reporteros captamos perfectamente una realidad que nos atrapó.
Ya en los campos chileros de Yurécuaro habíamos vivido una experiencia similar. Encontramos a la orilla de la parcela a un grupo de 10 pequeños, incluso uno de ellos menor al año de edad, debajo de un plástico tratando de resguardarse del sol y la tierra.
Otros jugaban abajo del camión torton que estaba siendo cargado de chiles a granel. Sus rostros estaban llenos de tierra. Sus padres estaban laborando a no más de 10 metros, todos portando unas enormes canastas donde cosechaban los chiles.
Por la tarde, como a las cinco o seis de la tarde, las camionetas de redilas transportan a los jornaleros. Los vehículos están acondicionados en su parte trasera con barrotes de fierro, semejando una jaula. Ahí, apretados unos contra otros, transportan a los jornaleros.
Nosotros también regresamos a esa hora a Yurécuaro. La idea era relatar como después de su jornada, algunos trabajadores, hombres y mujeres, se enseñaban a leer y a escribir.
En eso íbamos cuando don Paco Vieyra nuevamente captó una imagen desgarradora: arriba de una camioneta, en medio de los barrotes, sobresalía el rostro de una niña. Su cara estaba sucia de tierra. Completamente desaliñada y con el pelo enredado. Su rostro reflejaba cansancio y tristeza. La mirada la tenía perdida y la alegría de su niñez se la habían arrancado con el trabajo.

Los jornaleros son nota a nivel nacional en estos días, como pocas veces al ser un sector vulnerable que escasas ocasiones atrae la atención de los medios, ello por las protestas de cientos de ellos en el Valle de San Quintin, en Baja California, reclamando por mejores salarios y condiciones laborales toda vez que son explotados a puntos máximos con escasa paga y cero prestaciones sociales.

Las condiciones inclementes cobraban la factura en estos hombres provenientes de Guerrero, Oaxaca y la Meseta Purépecha de Michoacán. Hombres y mujeres diariamente, durante dos meses, que es la temporada de cosecha del melón y el pepino en Tepalcatepec, se levantan a las cinco de la mañana para iniciar su trabajo y ganarle frescura al día. Antes de que amaneciera, ellos ya habían cumplido con la mitad de la faena. (Foto: Francisco Vieyra).

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