*Condiciones insalubres y miserables en que laboran y viven
los jornaleros
Por:
Andrés Resillas
Tepalcatepec. Eran las cinco de la tarde. El calor se resistía a ceder en
esta ciudad tierra calenteña. Entramos al galerón llamado albergue para los
jornaleros agrícolas migrantes y la alegría de los niños sobresalía en el
ambiente.
Los maestros
responsables de enseñar las primeras letras a los pequeños comenzaron a armar
el presídium para el evento. Se entregarían desde uniformes hasta los útiles
escolares a los niños de preescolar.
Afuera, sobre la
avenida que se ubica a la salida a Coalcomán llegaban las camionetas de redilas
transportando a más jornaleros. El bullicio era notable. Aunque sus caras
mostraban el cansancio de la jornada, los trabajadores regresaban contentos con
sus 90 pesos de salario en la bolsa.
Rostros morenos,
curtidos por el sol y la tierra de cultivo. Las condiciones inclementes de
Tepeque cobraban la factura en estos hombres provenientes de Guerrero, Oaxaca y
la Meseta Purépecha de Michoacán.
Hombres y mujeres
diariamente, durante dos meses, que es la temporada de cosecha del melón y el
pepino en Tepalcatepec, se levantan a las cinco de la mañana para iniciar su
trabajo y ganarle frescura al día. Antes de que amaneciera, ellos ya habían
cumplido con la mitad de la faena.
En el galerón
había mucho bullicio. Poco a poco estaban llegando las familias jornaleras y
sabían que el gobierno les entregaría a los pequeños sus enseres para estudiar.
Pero los
reporteros no ignoramos el cansancio de ellos. Allá, en el fondo del inmueble
dormitaban varios pequeños, ajenos completamente a lo que se les preparaba.
Junto a ellos estaba una madre de familia y a su lado su pequeño hijo.
Se acostaron en la
parte más fresca, así en el suelo. Ella se alcanzó a quitar sus zapatos de
plástico. Sus piernas estaban sucias de la tierra de los plantíos que cientos
de veces recorrió cargando pepinos. Su pequeño hijo estaba desnudo de la
cintura para abajo, permitiendo que el aire refrescara su cuerpecito.
Don Paco Vieyra,
el reportero gráfico, fue el primero en advertir la escena. Con mucho sigilo y
respeto comenzó a tomar sus fotos. No se quiso acercar, sino que desde una
distancia prudente comenzó a disparar sus tomas.
Me impresionó el
sueño de la mujer. No era un sueño placentero. No había evidencia de que lo
disfrutaba. Era un sueño necesario, urgente.
Ni siquiera la
presencia de extraños parecía ahuyentar el sueño. La mujer no se percató de lo
que ocurría porque su cansancio era enorme.
No había camas ni
muebles de habitación. El galerón era la casa común donde habitaban decenas de
familias de los jornaleros migrantes. Ellos son los pobres de pobres. Capaces
de trabajar hasta 10 horas seguidas por menos de 100 pesos.
Nosotros, el
pequeño grupo de prensa, ya habíamos recorrido los albergues de Yurécuaro,
Tanhuato, San Lucas y ahora el de Tepalcatepec. Nuestro reportaje era de
enfoque educativo, pero nos ganó la realidad.
Las condiciones
insalubres y miserables en que laboran y viven los jornaleros agrícolas
migrantes nos hicieron cambiar nuestro objetivo. Como reporteros captamos
perfectamente una realidad que nos atrapó.
Ya en los campos
chileros de Yurécuaro habíamos vivido una experiencia similar. Encontramos a la
orilla de la parcela a un grupo de 10 pequeños, incluso uno de ellos menor al
año de edad, debajo de un plástico tratando de resguardarse del sol y la
tierra.
Otros jugaban
abajo del camión torton que estaba siendo cargado de chiles a granel. Sus
rostros estaban llenos de tierra. Sus padres estaban laborando a no más de 10
metros, todos portando unas enormes canastas donde cosechaban los chiles.
Por la tarde, como
a las cinco o seis de la tarde, las camionetas de redilas transportan a los
jornaleros. Los vehículos están acondicionados en su parte trasera con barrotes
de fierro, semejando una jaula. Ahí, apretados unos contra otros, transportan a
los jornaleros.
Nosotros también
regresamos a esa hora a Yurécuaro. La idea era relatar como después de su
jornada, algunos trabajadores, hombres y mujeres, se enseñaban a leer y a
escribir.
En eso íbamos
cuando don Paco Vieyra nuevamente captó una imagen desgarradora: arriba de una
camioneta, en medio de los barrotes, sobresalía el rostro de una niña. Su cara
estaba sucia de tierra. Completamente desaliñada y con el pelo enredado. Su
rostro reflejaba cansancio y tristeza. La mirada la tenía perdida y la alegría
de su niñez se la habían arrancado con el trabajo.
Los jornaleros son
nota a nivel nacional en estos días, como pocas veces al ser un sector vulnerable
que escasas ocasiones atrae la atención de los medios, ello por las protestas
de cientos de ellos en el Valle de San Quintin, en Baja California, reclamando
por mejores salarios y condiciones laborales toda vez que son explotados a
puntos máximos con escasa paga y cero prestaciones sociales.
Las condiciones inclementes cobraban la factura en estos
hombres provenientes de Guerrero, Oaxaca y la Meseta Purépecha de Michoacán.
Hombres y mujeres diariamente, durante dos meses, que es la temporada de
cosecha del melón y el pepino en Tepalcatepec, se levantan a las cinco de la
mañana para iniciar su trabajo y ganarle frescura al día. Antes de que
amaneciera, ellos ya habían cumplido con la mitad de la faena. (Foto: Francisco
Vieyra).
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