Juan
Carlos Zambrana Marchetti
Alainet
Las
ciencias políticas no pueden hasta ahora explicar el fenómeno del derrocamiento
de Evo Morales, porque éste es un fenómeno que escapa a toda ciencia. Milagro
lo llaman algunos, pero, en realidad, no es más que el arte del ilusionismo
aplicado a la política.
El
ilusionismo es el arte de la distracción, y parte de que el ser humano está
acostumbrado a ponerle atención a una sola cosa a la vez, y que, por lo tanto,
capturando esa atención, se la puede redireccionar, para, en primer lugar,
cambiarle al individuo la percepción de su realidad, y alterarle su conducta.
Peor aún, esa distracción de la víctima, le permite al “mago” atentar
criminalmente contra su víctima, por ejemplo, robándole la cartera, o
secuestrándolo. En la política, para engañar en masa a todo un país, la extrema
Derecha cuenta siempre con el mejor mecanismo de control social que haya existido.
Una religión que legitima la superioridad y dignidad del blando y del rico, en
contraste con la inferioridad y sometimiento del indio y del pobre, y que
convierte a sus fieles en rebaños combatientes siempre dispuestos a ser
conducidos por sus pastores de turno, hacia la imposición de ese orden
establecido que garantice la “paz social”. Veamos entonces, cómo funcionó ese
pastoreo combatiente en Bolivia.
Una
vez satanizado el presidente indio, y la “blanca” Santa Cruz paralizada y
convertida en rebaño combatiente, el espectáculo de ilusionismo empieza bajo el
monumento del Cristo Redentor, donde surge el “enviado” perfecto para esa
circunstancia, actuando en el papel de pastor político. Es Luís Fernando
Camacho, presidente del contrarrevolucionario Comité cívico pro Santa Cruz,
cuya personería jurídica no le permite hacer política. Teniendo capturada la
atención de todo el pueblo, empieza a direccionar la atención colectiva con su
primer “milagro”: promete sacar personalmente al “tirano” del palacio para
meter a Dios en ese lugar. El lenguaje es cifrado, por lo tanto, no se le llama
indio al indígena, pero se lo identifica con su bandera la wiphala, a Bolivia
con la bandera tricolor, y a Dios con la Biblia. Entendiendo que la exageración
es necesaria para el ilusionista, Camacho se identifica con Jesucristo,
convocando a su cabildo bajo ese monumento, frente un altar jesuítico con otro
crucifijo, y portando además otra cruz en el pecho. La cuarta cruz la lleva en
la gorra, y colgadas en rosarios, lleva una quinta en el cuello, la sexta en la
muñeca y la séptima en el dedo medio para poder mostrarla constantemente al
levantar la mano. Así fue ungido por su rebaño y le fue encomendada la cruzada
contra el indio Morales, que, sin embargo, debía librarse en “defensa de Dios,
de la democracia, y de la unidad de todos los bolivianos.”
Cuando
Camacho tuvo a Santa Cruz bajo su control, se lanzó a controlar todo el país, y
lo hizo durante un paro nacional, con otro acto de ilusionismo. Anunció, en
otro cabildo, que iría a la ciudad de La Paz, a entregarle personalmente la
carta de renuncia al presidente Evo Morales. Nótese que se sugería una
confrontación espectacular entre el bien y el mal. La prensa corporativa
reproducía la narrativa de Camacho como si fuese la realidad de Bolivia, y, muy
convenientemente, la OEA, pidió que se le garantice al dirigente “cívico” su
derecho a la libre locomoción. El ministro de Gobierno de Evo Morales cae
también en el engaño y le proporciona seguridad para garantizarle el derecho que
él le estaba violando a todo el país, al imponer un paro nacional con piquetes
de bloqueos. Camacho llega a La Paz, y en lugar de entregar la carta se pone a
ultimar los detalles para el asalto final, que, al igual que aquel que terminó
con el colgamiento del presidente Villarroel, partiría de la Universidad Mayor
de San Andrés, como una demostración “pacífica”, en este caso, para recién
entregar la carta.
Mientras
todo el país seguía como hipnotizado la payasada de la supuesta entrega de la
carta, se fraguaba un brutal atentado contra el gobierno popular de Morales. La
insurgencia lograba cooptar a la policía nacional, la cual se amotinó contra el
presidente y en lugar de preservar el orden público, se metió a sus cuarteles,
dejando al gobierno desprotegido, y dándole luz verde a la subversión para
iniciar su ataque final. Esa última fase del plan empezó con la quema de
instituciones estatales, de las viviendas de ministros, y las de sus
familiares. La Casa de la hermana del presidente fue incendiada, y hasta los
hijos de Evo fueron amenazados. En esas circunstancias, el comandante de las
Fuerzas Armadas le “sugirió” al presidente que renuncie, Evo así lo hizo para
evitar más represalias y salió al exilio en México.
Con
todo el país, ya bajo su control, “el mago”, ordena que también renuncien todos
los líderes parlamentarios del partido de Evo Morales, a quienes les
correspondería asumir la presidencia por sucesión constitucional. Una vez más,
la atención se centra en lo que el “mago” había indicado, las cámaras se
centran en los legisladores presidencialistas que deberían renunciar para que
se cumpla el “milagro”, mientras, tras bambalinas, un ejército de operadores
políticos, y grupos de choque, atacaba en forma coordinada a sus familiares.
Los actos de presión empezaron con el asalto e incendio de sus casas,
secuestros, amenazas personales, y chantajes. La primera en renunciar es la
presidenta de la cámara de Senadores Adriana Salvatierra por amenazas contra
sus padres. Luego incendian la casa del
presidente de la cámara de Diputados Víctor Borda. Secuestran a su hermano y lo
llevan descalzo a una plaza cercana para quemarlo, y con eso logran que Borda
renuncie no sólo a la presidencia de la cámara, sino también a su curul como
diputado.
Luego
los rebaños combativos (hordas golpistas) impidieron que los legisladores del
MAS-IPSP pudieran ingresar al palacio legislativo para hacer prevalecer su
mayoría de 2/3 del poder parlamentario, y así declararon el “abandono” de
funciones de todos ellos, y posesionaron como presidenta del Estado a Jeanine
Añez, una senadora de un partido minoritario de Derecha que había logrado
apenas el 8% de los votos en las últimas elecciones. Su primera fotografía como
presidenta fue levantando en alto una Biblia de gran tamaño y aspecto medieval,
con lo cual cumplía dos de las promesas de Camacho: Sacar a Evo y meter la Dios
en el Palacio. Mientras eso sucedía, afuera del Palacio, se terminaba farsa de
la protesta “pacífica de todos los bolivianos” y quedaba expuesta la cruda realidad.
Los policías que se habían amotinado contra Evo para después proteger a Jeanine
Añez quemaban la wiphala, se la arrancaban del uniforme, y ultrajaban a mujeres
indígenas que intentaban marchar en apoyo a Evo.
Los
movimientos sociales protestaron, pero el gobierno de Añez emitió un Decreto
Supremo de inmunidad para sus fuerzas represivas, y desató dos masacres de
indígenas con un total de 36 muertos y más de 800 heridos según la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. Añez también intimidó a la justicia para
desatar una cacería de “brujas” contra Evo Morales, Álvaro García Linera y los
ex ministros de Estado, adjudicándoles las masacres de sus propios partidarios.
Aparte de sus muertos, heridos y perseguidos, el gobierno de Jeanine Añez ha
instaurado un régimen policial empeñado en revertir el legado de Morales, y
asesinar moral y espiritualmente al indígena boliviano, al pobre, al
trabajador, y a todo ser humano que se atreva a disentir con su continuo acto
de ilusionismo político: la falsa defensa de Dios, de la democracia, de la
moralidad de la justicia, y de la unidad de todos los bolivianos, cuando en
realidad, todo eso no es más que una narrativa prefabricada, que justifica la
barbarie cometida contra el indio, contra el pobre, contra la soberanía
nacional, y contra sus defensores.
Aunque
parezca mentira, éste es el modelo del nuevo golpe de Estado “constitucional”
que se está perpetrando contra la izquierda latinoamericana: un grotesco
excepcionalismo religioso del siglo XVI prosperando en pleno siglo XXI.
https://www.alainet.org/es/articulo/204006
Comparta
porfavor

No hay comentarios:
Publicar un comentario