*Guerrero ocupa el primer lugar de migración, donde
viven violencia en campos agrícolas
Por: Angélica Jocelyn Soto y Yunuhen Rangel Medina
*De más de 500 comunidades indígenas del estado
salen cada año el grueso de la mano de obra de los campos y fincas. *Expulsadas
de su tierra, viven más violencia en campos agrícolas
La miseria en la entidad sureña obliga a miles de
mujeres a emigrar para trabajar en los campos agrícolas del norte del país, en
condiciones de semiesclavitud.
Cada año, miles de mujeres guerrerenses emigran a
otras entidades del país para trabajar por bajos salarios en los campos
agrícolas, ante la falta de educación, empleo y servicios básicos en sus
comunidades.
De acuerdo con el Conapo, Guerrero encabeza desde
2005 el primer lugar en índice de marginación con un nivel de 2.5, que se
traduce como “muy alto”. También ocupa el primer lugar en casos de muerte
materna y fallecimientos materno-infantiles.
Así, 73 por ciento de sus municipios tienen un grado
de marginación alto y muy alto, en los que 19 por ciento de sus habitantes no
tienen drenaje, cinco de cada 10 carecen de energía eléctrica, y la mitad vive
en hacinamiento.
En los recientes 13 años han emigrado del estado
unas 388 mil personas para trabajar en el campo, de las que 41 por ciento son
mujeres, según la Sedesol.
Esta población emigró a Sinaloa, Sonora, Baja
California (BC), Baja California Sur (BCS) y Chihuahua, donde la calidad de
vida no es mejor, pero hay más oferta laboral, aunque los salarios son paupérrimos
y no hay condiciones de seguridad.
Metlatónoc, Cochoapa El Grande, Tlapa, Copanatoyac,
Atlixtac, Xalapatláhuac, Alcozuaca y Atlamajalcingo del Monte son los ocho
municipios con mayor expulsión de jornaleras.
Según el informe de 2013 “La Montaña de Guerrero:
Tierra de Mujeres Migrantes”, del Centro de Derechos Humanos de la Montaña
Tlachinollan, ellas desempeñan diferentes actividades asalariadas en el campo y
la mayoría son jóvenes.
Un gran número de jornaleras son indígenas,
monolingües y provienen de comunidades con los más bajos índices de desarrollo
humano.
Según documenta Tlachinollan, las indígenas viven la
marginación y la extrema pobreza tanto en sus lugares de origen como en los de
destino. Son las asalariadas más explotadas y desprotegidas del medio rural.
Los municipios guerrerenses con mayor índice de
movilidad humana registran también el más elevado rezago educativo. De acuerdo
con el Censo de Población y Vivienda 2010, en las ocho localidades de mayor
expulsión jornalera gran parte de la población femenina mayor a 15 años de edad
nunca ha ido a la escuela.
A esto se suma la crisis de las economías
tradicionales indígenas, los problemas por la tenencia de la tierra, los bajos
precios de los productos agrícolas, y la degradación ecológica como factores
que expulsan a las mujeres de sus comunidades.
Desde el inicio del proceso migratorio, ellas
participan como “contratistas” y reclutan la mano de obra jornalera para los
grandes complejos agrícolas.
Según Tlachinollan, estas mujeres desplazaron a los
varones de un puesto de liderazgo y de relaciones laborales directas con los
dueños de los campos agrícolas. Pero su presencia no ha reducido el riesgo de
fraudes, extorsión, trata de personas y otros delitos de los que las familias
son víctimas frecuentes.
En el trayecto hacia las comunidades receptoras, las
jornaleras y sus familias viajan en autobuses contratados por los empleadores,
en los que generalmente hay sobrecupo y ocurren accidentes.
Ya en los campos del norte del país, las mujeres
pizcan por bote o balde, caja o costal. Al día cada una realiza hasta seis
“tareas”, que consisten en trabajar 16 surcos o más. El pago promedio es de
entre 120 y 160 pesos al día y para aumentar su salario tienen que hacer más
“tareas” o trabajar toda la semana.
Algunas empresas pagan por destajo y otras depositan
cada semana en cuentas bancarias inaccesibles en las comunidades.
Las jornaleras escarban, deshierban, plantan,
cortan, seleccionan, empacan y cargan. En ocasiones, laboran un número de horas
semanales que puede calificarse como sobrejornada. Además, no pueden
interrumpir la pizca sin pedir permiso y se les multa si cortan mal el
producto: se les descuenta parte de su sueldo o se les suspende por tres días
de descanso sin goce de sueldo.
Las madres jornaleras no tienen espacios para
amamantar, ni albergues, guarderías o estancias infantiles. Por la necesidad
económica, algunas emigran embarazadas y a los pocos días del parto se
reintegran a las labores agrícolas.
Se añade el incumplimiento de las empresas agrícolas
para registrar a su personal ante el IMSS. Las jornaleras no reciben
prestaciones, aguinaldo, pago del séptimo día, prima vacacional, y la mayoría
tiene que recurrir a médicos particulares.
La falta de inspecciones en los centros de trabajo
permite que las mujeres enfrenten discriminación y violencia. Según la Encuesta
Nacional de Jornaleros Agrícolas, 9.5 por ciento de las jornaleras migrantes
del país declararon haber sufrido algún tipo de maltrato, y 20 por ciento de
ellas lo padeció en el trabajo.
Las jóvenes y madres solteras padecen acoso sexual
por parte de “mayordomos” y capataces, y son desacreditadas y señaladas cuando
denuncian los abusos.
Violaciones a derechos humanos
En otro informe, “Migrantes somos y en el camino
andamos”, Tlachinollan documentó de 2009 a 2011 casos específicos de abusos
laborales y muertes vinculadas al trabajo agrícola que realizan las mujeres
guerrerenses.
Por ejemplo, en 2010 un incumplimiento de pago de
salarios en Chihuahua afectó a 67 trabajadoras y trabajadores con una deuda de
140 mil pesos. Aunque se denunció ante la Secretaría de Trabajo y Previsión
Social, la empresa no pagó ni fue sancionada.
Tlachinollan también reportó cinco casos de
accidentes vehiculares durante el trayecto al trabajo en los que al menos tres
jornaleras murieron. En la mayoría de los siniestros la empresa cubrió sólo
parcialmente los gastos o de plano se deslindó.
La falta de una vivienda digna y alimentación
adecuada, la explotación infantil, el uso de agroquímicos y la ausencia de servicios
médicos provocaron durante ese periodo el fallecimiento de cinco niñas, la
mayoría por envenenamiento, negligencia médica, e incendios en sus casas de
cartón y guarderías.
Tal situación en general no dista de lo que denunció
el movimiento jornalero de San Quintín, en BC, que se levantó en mayo pasado
para exigir hospitales especializados, guarderías, cese al acoso sexual, y un
aumento salarial digno.
Trabajan en campos tóxicos
Sequía, crisis alimenticia, falta de empleo y
pobreza extrema obligan a las mujeres y los hombres de Guerrero a migrar de sus
comunidades al lado de sus familias para trabajar a los campos tóxicos de
Sinaloa, como se muestra en "Migrar o morir", documental realizado
por Tlachinollan, Centro de derechos humanos de la montaña.
Estas dificultades derivadas del abandono en que se
encuentran algunas comunidades en el estado de Guerrero, como las de la
montaña, quedan de manifiesto en la cinta "que examina la vida empobrecida
de la población jornalera agrícola del pueblo de Ayotzinapa, Guerrero",
que debe emigrar a Sinaloa para ir a trabajar a "Buen año", una
agroindustria donde cosechan verduras chinas exóticas para exportarlas a
Estados Unidos y Canadá.
"Hay que salir a trabajar, aquí no hay nada, no
hay dinero, esta todo seco" dice Diego Vázquez, joven de 32 años habitante
de la localidad guerrerense donde la pobreza es extrema por lo que él, como
muchos más de sus coterráneos, ven obligadas a realizar un viaje de hasta 45
horas para llegar al campo agrícola sinaloense, donde se centran las historias
que ejemplifican la situación.
En este lugar, las y los jornaleros y sus familias
cosechan 33 tipos de hojas que son consumidas por chinos y vietnamitas e
importadas a Estados Unidos y Canadá, trabajo por el que ganan aproximadamente
120 pesos por una jornada de 10 u 11 horas.
A este trabajo que, por temporadas, dura de 4 a 6
meses, acuden cerca de 800 jornaleras y jornaleros con sus familias, el 80 por
ciento es de Guerrero y el 20 de Oaxaca. El 20 por ciento de quienes trabajan
en la cosecha en nuestro país, se afirma en el video, son niñas y niños.
El documental recuerda el caso de David Salgado, un
niño de 8 años de edad que en 2007 perdió la vida en uno de estos campos;
cuando fueron las y los periodistas a preguntar sobre el hecho, los patrones
escondieron a las niñas y niños jornaleros.
Esta migración masiva deriva muchas veces en la
pérdida de memoria histórica y del conocimiento y cultura de las comunidades,
señala Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinoallan,
para no hablar de las pérdidas en materia de salud.
Estos enormes campos son fumigados constantemente
con productos tóxicos que, explica por su parte Patricia Díaz, del proyecto
"Huicholes y plaguicidas", son sustancias sumamente peligrosas que
alcanzan hasta 80 kilómetros de distancia a partir del punto desde donde se
aplican.
En "Buen Año" estos plaguicidas son
aplicados de forma aérea, lo que resulta aun más peligroso. "Las personas,
incluyendo las y los niños presentan enfermedades que no relacionan con estos
productos químicos, por que no lo saben", denuncia Díaz.
"Estos trabajos no solucionan la pobreza en las
comunidades de Guerrero sino que las eternizan", refiere Abel Barrera,
director de Tlachinollan, centro al que el pasado 23 de septiembre la oficina
en Washington para asuntos latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés) le
otorgara el premio 2009 por su constancia en la defensa de los derechos humanos
de las comunidades indígenas, en especial las de la zona montañosa de Guerrero.
El documental "Migrar o morir", realizado
en colaboración con Chiapas media Proyect y el Proyecto de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, se exhibirá el próximo 30 de septiembre en el cine Lido,
en la Condesa.
Guerrero primer lugar de migración e jornaleros
Guerrero ocupa el primer lugar a nivel nacional de
migración interna. De más de 500 comunidades indígenas del estado salen cada
año el grueso de la mano de obra de los campos y fincas de estados como
Sinaloa.
El 90% de los municipios de Guerrero tienen niveles
que van de alta a muy alta marginación y eso propicia que el estado ocupe el primer
lugar a nivel nacional de migración interna, pues el 74% de las localidades con
habitantes indígenas no tienen la capacidad para brindarles alternativas de
empleo en su lugar de origen, lo que los orilla a buscar opciones en otras
entidades.
En la última temporada de cosecha en campos de
cultivo agrícolas del norte del país –de septiembre a enero de 2015,
considerada por la Secretaría de Desarrollo Social como la de más alta
migración– de Guerrero salieron 8,200 personas para trabajar en campos y
fincas, según el conteo de jornaleros realizado por el Centro de Derechos
Humanos Tlachinollan.
Del total, el 45% fueron mujeres y el 38% niños
menores de 15 años. Pero además, en este último registro también se identificó
a 435 menores de un año y que el 85% del grupo viajó en familia.
Los destinos de los jornaleros agrícolas de
Guerrero también se tienen identificados: el 73% fueron tras una
oportunidades de empleo en Sinaloa; 13% lo hizo en Baja California,
5% a Sonora y el mismo porcentaje a Chihuahua.
Hubo otro 3% que migró hacia Morelos para
trabajar en el corte de caña y un 7% más que viajó hacia lugares como Jalisco,
Nayarit, Hidalgo, San Luis Potosí, Michoacán y Guanajuato.
Lo grave de esta migración interna es que los
jornaleros agrícolas de Guerrero nunca han contado con condiciones óptimas de
trabajo, denuncia Tlachinollan, que detalla cómo los contratos de empleo en
realidad son acuerdos verbales hechos con reclutadores en los que se pacta el
salario y supuestas facilidades como alimentación, transporte, servicios
médicos, vivienda, educación para los hijos de los jornaleros, indemnizaciones
por riesgos o accidentes y otras prestaciones que en la práctica nunca se
cumplen.
“Ante la falta de un contrato de trabajo, los jornaleros
agrícolas difícilmente pueden exigir el cumplimiento de esos acuerdos, ya que
en varias de las ocasiones representan una ventaja para el agricultor el
argumentar que dichos acuerdos los hicieron con los contratistas y no con
ellos, con lo que se deslindan automáticamente de cualquier responsabilidad,
que imposibilita a las y los trabajadores para interponer una denuncia, demanda
o queja laboral, careciendo con ello de cualquier formalidad contractual y
regulada a través de la Secretaria del Trabajo y Previsión Social”, denuncia el
Centro de Derechos Humanos de la Montaña.
Según datos de la Secretaría de Desarrollo Social
(Sedesol), desde mediados de la década de los noventa de Guerrero emigraron 388
mil jornaleros agrícolasde las zonas indígenas y rurales del estado.
De éstos, se documentó que el 90% realizó su trabajo
sin un contrato formal y el 72% ganó por día de trabajo salarios inferiores a
los cien pesos por jornadas de 16 horas.
Sedesol identifica a Guerrero como el estado con más
migración laboral que afecta particularmente a indígenas.
Datos del Consejo de Jornaleros Agrícolas de la
Montaña de 2011 muestran que el 21% de los jornaleros agrícolas del estado
provienen del municipio de Tlapa, 17% de Metlatónoc, 14% de Atlictac, 12% de
Copanatoyac, 9% de Cochoapa el Grande, y 5% del municipio de Xalpatláhuac.
Mientras que municipios como Alcozauca, Atlamajalcingo del Monte, Malinaltepec
y Olinalá, representan cada una, un 4% de localidades expulsoras de migrantes
agrícolas, pero en todos los casos se trata de zonas con alta y muy alta
marginación.
Tlachinollan y otras organizaciones civiles
denuncian que los jornaleros agrícolas que salen de sus comunidades en Guerrero
en busca de trabajo saben que, en muchos casos, no tendrán garantizados sus
derechos labores, pero la falta de empleo en sus sitios de origen los lleva a
optar por los bajos salarios en las fincas del norte del país y con ello la
explotación laboral. (Cimacnoticias).
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