*Una
de las últimas pasiones del escritor Fernando Nieto Cadena, en los últimos años
de su vida
*De
hecho, el primer libro que leí de él fue LOS ROSTROS DE LA SALSA”, y del que
leía casi todo de lo que isleño publicaba: cuento, novela, ensayos. Este ensayo,
el último que leyó públicamente Nieto Cadena, es una muestra de eso.
*No
sé si venga al caso pero quiero empezar, bueno, no quiero, empiezo con el
recuerdo de dos versos de Cuatro cuartetos de T. S. Eliot: al año pasado
pertenecen las palabras del año pasado y las de próximo su nueva voz esperan Y
ahora sí, empieza la cantaleta.
Por
Fernando Nieto Cadena
La
literatura cubana no pudo escapar a esa especie de karma polémico que ha vivido
y vive la isla desde que asumió, en los inicios del siglo 19, su cubanidad y un
poco más tarde su afrocubanidad sin el vergonzante menosprecio racista que los
criollos y blanquiñosos mestizos mantuvieron y uno que otro se empeña en
mantener a estas alturas de la historia aún sin concluir. Es sabido y
reconocido que la música y la literatura son, si uno se deja arropar por los
estereotipos, con la caña de azúcar y el tabaco, íconos de la cultura
afrocubana, sobre todo la música popular bailable que según el musicólogo
Leonardo Acosta es el único imperialismo impuesto al mundo, urbi et orbi, por
un pueblo subdesarrollado. Por su parte, la literatura desde sus trincheras
explayó el imago de una exuberante y voluptuosa afrocubanía pocas veces
desmentida.
Los
avatares literarios no siempre fueron placenteros si se toma en cuenta que
incluso antes de ser país independiente Cuba ya tuvo conciencia de su
identidad. La azarosa lucha por la independencia no rindió los frutos esperados
al desligarse de la corona española por la intromisión, cuándo no, del tío Sam
que desde mediado el siglo 19 inició su imperial cruzada para apropiarse del
planeta y si se descuidaban, de sus alrededores. José María Heredia, el
cubano-mexicano-toluqueño no el cubano-francés, Julian Casal, Cirilo
Villaverde, extendieron el acta de nacimiento de lo que hoy conocemos como
literatura cubana, luego vinieron José Martí y algo después en fragoroso tropel
Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, José Lezama Lima con toda su pandilla de la
revista Orígenes, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fayad Jamís, Luis Suardiaz,
Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante, Luis Rogelio Nogueira sin
menospreciar las voces siempre expresivas de mujeres como Georgette Herrera,
Maira Montero, Zoé Valdez, Marilin Boves, para mencionar algunas escritoras
surgidas en los últimos cuarenta años, hasta llegar al momento actual que sigue
entregando escritores que mantienen, pese a todas las crisis, un nivel
cualitativo que no desmerece de sus antecesores.
Sirva
toda esta apretada introducción para, decían los tatarabuelos, entrar al grano
y nombrar de una vez por todas a Leonardo Padura quien, desde mi punto de
vista, es el escritor cubano más representativo de los últimos treinta años,
punto de vista que coincide con más de un especialista y experimentado crítico
de esta vorágine existencial que es la literatura. De todas maneras, si no
hubiese dicha coincidencia, pienso que Padura si no es el más brillante de los
narradores cubanos ahora en circulación sí es quien mejor resume el ser y estar
de la narrativa cubana de estos últimos treinta años, con todas sus virtudes y
también con todas sus inevitables imperfecciones.
¿Quién
es Leonardo Padura? En mayo de 2011 escribió para la agencia Interpress
Service, hay días en que yo quisiera ser Paul Auster. En una de sus primeras
novelas, Adiós Hemingway, a la vez que hace un homenaje al autor de Por quién
doblan las campanas consolida su personalidad literaria al distanciarse del
maestro para ensimismarse en la búsqueda de otros senderos que le permitan
bifurcar su oficio narrativo, al que llegó por la vía del se va o se queda del
periodismo. Lo del se va o se queda no es gratuito ya que Padura es un fanático
de la pelota y en sus textos mantiene al lector como si estuviera en el cierre
de la novena entrada en dos y tres, dos outs en contra, las bases llenas y cero
carreras para todos.
Además
de pelotero voyerista es un experto en música popular afrocubana a pesar, dice,
de su manifiesta incapacidad para bailar. De hecho, el primer libro que leí de
él fue Los rostros de la salsa, con entrevistas a los principales salsómanos
entre los años setenta y noventa a la vez que defiende y promueve la existencia
de una salsa cubana que la ortodoxia insular se negaba a aceptar y que
finalmente lo hizo bautizándola de timba y a sus intérpretes de timberos.
Pero
no vine a hablar de lo que para mí es, junto con el fútbol, mi única religión,
la divina salsa. Se supone que estoy aquí por otra de mis versiones religiosas,
la literatura. De paso, recuérdese la etimología de religión: re + ligare =
reunión. O sea, ahora estamos reunidos en un acto religioso. Y sigue la
cantaleta.
La
pregunta sigue en pie ¿quién es Leonardo Padura? Para algunos es una especie de
niño terrible, melindroso diría alguien en despiste telúrico matriarcal, de la
literatura cubana quien pese a su presunta y más de una vez comprobada
disidencia de la ortodoxia burocrática políticamente correcta es respetado y
admirado en la isla aunque no coincida con todos los planteamientos del régimen
cubano. Sus discrepancias las ha planteado sin necesidad de buscar el amparo
del exilio y, si ha debido aplaudir los aciertos del gobierno lo ha hecho con
la misma dignidad y autenticidad que sus cuestionamientos. Después de todo, su
obra lo respalda y da autoridad intelectual y moral. Dignidad y autoridad que
como en todo ser humano siempre será una aspiración o búsqueda de coherencia
consigo mismo y con la sociedad donde nació y desarrolla su experimentación
lúdica del lenguaje con pretensión estética que dicen, entre otras cosas, eso
es la literatura.
Pero
es en su obra, verdad del sabio doctor Perogrullo, donde uno puede encontrar
realmente al escritor, al ser humano que nos opone su texto para dialogar y
seducirnos si nos dejamos sorprender por el sortilegio de la fabulación y
confabulación de la imaginación, trasgresoramente metamorfoseadorade las
realidades más o menos cotidianas que nos ponen en situación, sartreanamente
dicho, ante el mundo como escritores y/o lectores. Recuérdese que en último
término, la escritura es sólo una consecuencia de nuestra voracidad lectora.
Para
tener una mejor percepción de quién es Leonardo Padura escudriñaré uno de sus
libros, tal vez uno de los menos favorecidos por la mercadotecnia como es su
volumen Aquello estaba deseando ocurrir que Tusquets Editores puso en
circulación en el 2015. Son trece cuentos con diversos acercamientos a la real
realidad que se exhibe sin el maquillaje de las buenas intenciones ni el bien o
mal empedrado atajo de los buenos propósitos. Simplemente, parece que nos
confidencia Padura, mi realidad cubana es así. Así somos y no siempre estamos
satisfechos ni contentos con ser como somos.
Inicialmente
lo que gatilló mi voluntad de hablar sobre Padura fue acercarme y acercar a
posibles futuros lectores del narrador cubano a una de sus obras más aplaudidas
por eso que la gente de bien llama crítica internacional que casi siempre algo
y mucho tiene que ver con la mercadotecnia conpulsiva y convulsiva de las
grandes editoriales que, cada cierto tiempo, imponen modas y nos recetan qué
debemos leer para seguir el zangoloteo del mundillo literario. El Hombre que
amaba los perros junto con Herejes me parece es una de sus novelas emblemáticas
que testimonia lo que podría resumirse como la importancia de llamarse Leonardo
Padura o el discreto encanto de un narrador en gozosa disidencia con su
cotidianidad. Novelas que se apartan de los textos que le dieran resonacia
dentro y fuera de su país al desenrollar sus argumentos bajo el techado de una
narrativa policiaca, en el mejor estilo de la novela negra a lo Raymond
Chander, para seguir los avatares de Mario Conde, escritor frustrado quien no
tiene más remedio que ser un acucioso oficial de policía que debe resolver los
inevitables conflictos dentro de una sociedad que se resiste a ser todo lo
socialista que quisiera que sean sus gobernantes.
Después
pensé que sobre el asesinato del señor Trotski se ha escrito y se sigue
discutiendo mucho desde las trincheras donde busquen amparo y, como los cínicos
tatarabuelos desde antes del diluvio lo han dicho, desde el momento que se
inicia una discusión con las anteojeras del fanatismo los discutidores no
tienen razón. Preferí detenerme en el conjunto de cuentos ya mencionado
precisamente por ser poco conocidos y porque ofrecen un percepción de la
cotidianidad cubana experimentada luego del colapso del supuesto socialismo que
naufragó a fines de los ochenta en el siglo pasado cuando la madre patria de la
revolución en el siglo 20, la Unión Soviética, sucumbió ante el imperioso
imperio del capitalismo en su nueva fase neocolonizadora globalizante.
Breve
digresión para enturbiar más el optimismo.
No
hace mucho, tras la avalancha de exiliados llegados en un sálvese quien pueda
de las dicturas militares conosureñas, la presunta egolatría bonarense hizo que
se creara una imagen poco favorable de los argentinos. No faltó en un juego
analógico quien dijera que los cubanos eran los argentinos del Caribe, ante la
supuesta autosuficiencia de quienes intentaban construir el socialismo en las
barbas del tío Sam. Esto hizo pensar a muchos que la revolución
afrolatinoamericana estaba a la vuelta de la esquina y que en este proceso Cuba
sería una especie de faro o o luz que orientaría nuestros pasos hacia ese nuevo
edén por construir. Los cubanos se lo creyeron y más de una vez asumieron una
presunta condición de hermanos mayores que hizo pensar, a más de un mal pensado
como yo, que los cubanos eran los argentinos del Caribe, según la estereotipada
conseja que se descarriló por ciertas actitudes poco amables de unos cuantos
exiliados por las dictaduras militares sudamericanas que endosó todas las
culpas a los bonarenses como paradigmas de sencillez inexpulgable. La década de
los noventa hizo que Cuba regresara a la realidad del subdesarrollo al perder
el respaldo económico de la urss, situación crítica de lo que aún no sale,
situación –por otra parte- que los países de América Latina tampoco podemos
presumir ya hemos resuelto. Los cubanos desde una aspiración para rozar un
cierto aroma socialista, los demás países latinoamericanos bajo el rancio hedor
de ser eternas economías emergentes dependientes del imperio. Para Cuba la
crisis fue demoledora. Removió la idealización romántica de la satisfacción
moral como satisfacción ante las carencias materiales.
En
cierto sentido, la obra de Padura no sólo es testimonio de este conflicto del
abandono del heroísmo épico moral por un apetecible bienestar material, es
también un vernos, todos los latinoamericanos, reflejados en el espejo trizado
de nuestro subdesarrollo con las mismas lacras y las mismas carencias de una a otra
orilla ideológica.
Los
relatos cortos de Aquello estaba deseando ocurrir son un testimonio, una
fotocopia de una realidad excesivamente conocida por la descomposición y
desintegración del bienestar social y personal. Los matices no sirven de
consuelo para decir que después de todo no estamos tan mal, que hay otros que
la están pasando mucho peor. El subdesarrollo es implacable y no perdona, sin
exagerar puede pensarse que no deja títere con cabeza.
Uno
de los temas que Padura roza sin llegar al detallismo maniqueo ni la
desgarradura de entrañas es el de la presencia militar cubana en Angola como
apoyo a la revolución en ese país africano (Los límites del amor). Sin
patetismo muestra uno de los aspectos provocados por esa solidaridad combativa
que (las buenas intenciones no siempre toman en cuenta todas las esquinas del
círculo vicioso de la condición humana) olvida una cotidianidad más entrañable
que se establece bajo el endiablado arponeo de un travieso cupido. El amor que
ya ustedes saben es un lugar común que de tan común provoca desconfianza y
tedio cuando la literatura intenta apresarlo entre renglones.
En
Mirando al sol la problemática juvenil se refleja con tal intensidad que si uno
se descuida llega a pensar que está hablando de nuestras conflictivas
realidades causadas por la pobreza, la injusticia, la corrupción
político-empresarial que atestiguamos con inocente complicidad cobarde en el
día a día de una numeralia de ajusticiamientos, desaparecidos y desfalcos con
que la dominante clese gobernante luce trajes de impunidad a toda prueba,
chaleco anti balas y coche blindado incluidos. Hay un cuento conmovedor,
Adelaida y el poeta, en el que una anciana que asiste a un taller literario
lleva su texto, in memoriam de un romance juvenil, que es vapuleado por el
canibalismo de sus compañeros pero cuyo coordinador, Reinaldo, no se atreve al
acompañarla hasta su casa a confirmar lo que le han dicho, al contrario la
estimula para que siga escribiendo a pesar de la edad de la señora.
Cubano
al fin, no podía faltar un tema recurrente en la narrativa de la isla como
Nueve noches con Violeta del Río, cantante que recuerda al mítico personaje de
Guillermo Cabrera Infante, Estrella Rodríguez en Ella cantaba boleros de Tres
tristes tigres. La cercanía llega hasta ahí porque Violeta termina con sus
huesos en Miami exhibiéndose como su propia caricatura, la de quien alguna vez
fue reina de las noches habaneras.
El
cuento que me conmovió hasta la más emputecida envidia es La muerte feliz de
Alborada Almanza, quien al despertar siente que algo nuevo va a suceder en su
vida, rompiendo la monotonía que la ata a una vejez de privaciones. Cuando se
está bañando se le aparece Rafael, uno de los siete arcángeles, para cumplir
uno de los ruegos de Alborada, quien lleva años solicitando ser liberada de la
vida. El deseo se cumple. El arcángel Rafael está ahí para transportarla al
cielo. El presentimiento de Alborada de que algo nuevo va a suceder se está
realizando mientras oye los primeros acordes de Almendra, su danzón favorito.
Es cuando Alborada descubre que en realidad no despertó porque ya había
fallecido y eso es lo nuevo que le hizo recibir al nuevo día con relativa
esperanza. La descripción del arcángel es parte de un sincretismo donde los
mitos afrocubanos van entrelazados con los cristianos: Al correr la cortina del
baño “Vio ante sí un mulato alto, fuerte, luminoso, completamente desnudo, al
que le faltaban las alas que debía tener, pero que, entre las piernas, lucía un
brillante músculo surcado de venas moradas, coronadas por un glande rojo y
pulido,como las manzanas que otros tiempos Alborada ofrendaba a su querida
santa Bárbara” (p. 147).
Como
suele suceder y por respeto al auditorio y a mí mismo no me permito la
insensatez de entregar conclusiones sobre Leonardo Padura y su obra porque como
todo lector insobornable espero conocer sus próximas, obras si la
supersobrevivencia me lo permite.
Quiero
sí resaltar algo que se soslaya con mucha facilidad. El hecho de que Leonardo
cuestiona al régimen cubano desde el interior de la isla, participando y
viviendo las cotidianidades de todos los cubanos que no han hecho del
oportunismo arribista ni de la burocratización maniquea una forma de vivir
entre el cinismo y la corrupción. Padura en su libro La memoria y el olvido, publicado
por la Universidad Veracruzana en el 2015, en una de sus páginas confiesa
sentirse defraudado y descreído del socialismo por todo lo vivido y conocido
por él desde su inmersión en la vida socio-política y cultural de Cuba. Tal vez
mi discrepancia con Padura radique en este punto. Dice que está desengañado
ante los fracasos del socialismo. Por mi parte, pienso, a lo mejor soy más
fatalista, que no puede haber tal desengaño porque hasta ahora sobre el planeta
no hemos conocido la instauración de una verdadera sociedad socialista. Lo que
conocemos o son distorsiones o son intentos, muchas veces fallidos, de
construir el socialismo. Todavía nos falta mucho para saber cómo podrá ser
vivir la plenitud del socialismo. Si de utopías se trata, además de ser escritor
sigo pensando que el socialismo es una posibilidad de lograr una vida digna que
aún no hemos construido y que por lo visto, mi generación no lo verá.
Y
ya que empecé con unos versos termino esta cantaleta, no para incrementar el
optimismo pesimista, con estos versos de Walt Whitman que bien puede ser una
despedida fallida y a destiempo de las irrenunciables utopías que algunos
escritores mantenemos obsesivamente, después de todo el escritor a lo largo de
su vida sólo desarrolla dos o tres ideas, y por si fuera poco, bien confusas,
dixit Juan Andrade Heyman. Escribió don Walter: ¡Adiós mi Fantasía! ¡hasta la
vista, querida compañera, amada mía! Me voy, no sé a dónde, o a qué fortuna, o
si alguna vez te volveré a ver, así que Adiós mi Fantasía.
Villahermosa,
Tabasco, noviembre 11 de 2016. Nota: * Fernando Nieto Cadena leyó el ensayo
“Leonardo Padura, una voraz memoria sin futuro” en noviembre de 2016 dentro del
programa de actividades de la FUL Tabasco Internacional, la feria editorial que
promueve y avala la UJAT. En esa ocasión, me permitió una copia digital de ese
texto con el deseo de proponerlo en algún medio que lo comprase y así ayudarse
en lo económico.
Fernando
Nieto Cadena, foto de Juan de Jesús López presentada en la exposición
fotográfica “Conversando”, en el marco del 5to Festival Internacional de
Poesía, celebrado en mayo del 2011 en el Cafégalería El Refugio de la luna.
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