martes, 24 de mayo de 2016

Cuando crecer en la calle es la única opción

*La violencia amenaza con desaparecer a los payasos
Acapulco, Gro.- Primera llamada…
-¡Oiga amigo, yo a usted lo conozco!
Ah, sí, claro, yo salí en la película de Rambo. Pero de ahí me corrieron por cuñiculero.
-¡No, yo a usted lo conozco!
-Ah, sí, claro, yo era militar nada más, pero  me corrieron de la militar.
-¿Pero, por qué?
-Porque miré, lo que pasó es que todo fue así: “yo estaba parado, y que me dicen: a ver payaso dígame su nombre, y que le digo Gudulfredo.
-¡No, ya, diga su nombre!
-Mi nombre es Guerra Gudulfredo.
-No, que me diga su nombre de batalla.
-Gu-dul-fre-do
-¿qué no me oyes? Y que me vuelve a decir.
Segunda llamada…
-A ver, si le llegara una batalla por la mano izquierda ¿qué haría?
-Y que le digo: “pun, pun  acabo con todos”.
-¿Y si le llega una batalla por la mano derecha?
-Pues saco la metralla dora y purrum, extermino a todos.
-Y si te llagan por de frente
-Pues aviento bombas y bum, bum, y  termino con todos.
-Y si le llegan por atrás
-Hay pues los dejos que me disparen, al fin que nacimos para morir.
Tercera y última llamada… Puchungazo escribe su historia
Un rostro pintado de rosa, una enorme nariz roja y una  boca, en la que se dibuja una  sonrisa, esconden un pasado  que pocos hemos vivido, y también ayuda a huir de una realidad, con la que algunos niños crecen.
Gerardo Tapia, quien prefiere ser llamado Gerochi Puchungazo, es un payasito de la Ciudad de México que radica en Acapulco. Tiene 25 años de edad, de los cuales ha vivido los últimos 15 en la calle.
Punchungazo sonríe, y presume una cabellera roja, algo punk, que logra con una peluca. Él dejó su casa, dejó a su madre y a su papá porque, contó, lo cambiaron por sus parejas sentimentales.
Con sólo 10 años de edad prefirió vivir en coladeras y puentes de la Ciudad de México, prefirió vivir todo menos aceptar el abandono de sus padres; para  ser lo que ahora es, una persona responsable, trabajadora y llena de alegría.
Pero para Gerochi Puchungazo esos 15 años no han sido sencillos, porque el abandono de su hogar, significó también olvidar su sueño: ser biólogo marino.
Gerardo cuenta que huyó de su casa con la ayuda de dos fieles amigos, y quienes le enseñaron el oficio de payaso.
“Me escape de mi casa por el tipo de vida que llevaba y  ya no quería saber nada de nadie y mucho menos que me encontraran mis padres”.
“Es la mejor decisión que pude haber tomado  en mi vida. Al principio cuando comencé este oficio, con mis amigos,  para mí no era fácil porque me daba pena y no me gustaba andar de payaso. Pero la misma necesidad te orilla hacer esto porque no tienes como vivir y  porque  yo seguía creciendo y necesitaba más dinero”, cuenta.
Los riesgos de la calle
La calle tiene sus riesgos. Cuando ingresas a ella nada es fácil,  los mismos niños que la toman como su “hogar” aseguran que te induce a consumir droga, y desde la perfectiva de Punchungazo, si entras al mundo de las drogas “te jodistes”, porque seguramente serás ladrón y terminarás en la cárcel.
Crecer debajo de los puentes y dentro de las coladeras no es sencillo, Gerardo Tapia lo sabe.
Se cubría del frio de la Ciudad de México con cartones y periódicos, y en muchas ocasiones aguantó el  hambre.
“Recuerdo cuando comencé, me fugue con mi amigo Marco, me decía que me fuera con él, pero para esto ya vivía en la calle. Me fui con él a la calle, pero nunca me imagine que fuera payasito. Entonces que lo veo que se estaba maquillando y que le pregunto: qué haces, y me dice: voy a trabajar”.
“Y que lo veo y que le digo “no manches eres payaso, no,  ni me hables”, me dio mucha pena su oficio, pero él mismo me dijo que de algo tenía que vivir, y sí, es cierto, tenía razón porque cuando creces en la calle, como yo, te tienes que mantener de algo”, recordó.
Gerardo, siguió su relato, y dijo que después de algún tiempo juntos “la vida” los separó, y desde entonces nunca más se han vuelto a ver.
Marco, su amigo, conoció a una joven quien murió por haberse infectado del VIH, y tiempo después él también desapareció.
“Tal vez el se contagio de sida y no quiso que lo viera morir, éramos inseparable e imparables por eso no entiendo que paso con Marco”, dijo, y después de recordar se escucha un gran silencio, y la sonrisa detrás de la pintura de su maquillaje de payaso se desvanece.
Un payaso profesional no se droga
El frío, el hambre y aún pese a la pérdida de su amigo, para Gerochi Puchungazo el vivir en la calle fue la mejor opción, y porque además era la única forma de parar los golpes, maltratos y humillaciones en su casa.
Pero la vida debajo de puentes y dentro de coladeras trae otro riesgo: el consumo de droga.
Gerardo acepta que las consumió, pero se dio cuenta que para ser un payaso profesional tenía que alejarse de ellas.
“Antes  si me drogaba, pero gracias a Dios y a mis amigos que conocí  en la calle, ya tengo 10 años que no lo hago, porque decidí que no era bueno para mí, y porque cada día le vas a garrando más amor al personaje de payaso”.
“Si en verdad deseas ser un payaso profesional te tienes que seguir superando, un payaso drogado no es nadie y no hace bien su trabajo eso gracias a la vida y a todo lo que he vivido lo aprendí”, aceptó.
Ahora acude a cursos de expresión corporal y artística, porque ahora su sueño cambió, y es convertirse en un gran payaso profesional.
“Tienes que invertir en ti mismo, aun que las escuelas son muy caras pero yo asisto a los congresos y ya realizo mis propios show”, cuenta con orgullo.
Pero en un inicio, Puchungazo  ganaba de 40 a 60 pesos diarios, pero ahora acude a fiestas infantiles, y eso le permite obtener mayores recursos económicos.
Aunque no está arraigado a un lugar, prefiere a Acapulco por encima de todas las demás ciudades.
Asegura que ha venido al puerto más de 200 veces, y que le gusta dar función en el zócalo, pero acepta que no todo es color de rosa, pues también existe discriminación por algunas personas, que ya olvidaron que un día en su vida fueron niños.
Como lo vivió el propio Gerochi cuando daba un show en un restaurante de tradicional zona turística de Caleta, cuando un turista lo golpeo y obligó a él y a su esposa, salir del lugar.
-¿Qué tan cierto es el dicho: el show debe continuar?
“Algo de cierto, pero no es lo mismo, no te levantas con la mismas ganas con las que te levantaste en la mañanas con el propósito de hacer reír a toda la gente y pierdes el entusiasmo por culpa de la gente que se olvida que en un momento de su vida fueron niños”.
La violencia amenaza con desaparecer a los payasos
Para Puchungazo el oficio de payaso podría desaparecer, asegura que cada día se ha convertido más difícil hacer reír a las personas, y que la violencia está “lastimando” la sensibilidad de la humanidad.
“Hoy en día la gente ya no aprecia mucho el oficio de un payaso, yo calculo que este oficio está a punto de desaparecer. Por lo menos en los urbanos, porque ya no es el mismo, es una lástima porque la sensibilidad y muchos valores se están quedando atrás por tanta violencia y discriminación que prevalece en el mundo”.
“Yo calculo que en unos 10 años más y desaparece todo esto de las funciones de payaso en los urbanos”.
-¿Qué mensaje darías ante la violencia?
-“Pues que traten de ayudar a las madres solteras y que sobre todo traten de dar educación a los niños y jóvenes. Para que no deserten de las escuelas y no sufran maltrato familiar en sus casas, porque muchas veces son maltratados por lo mismo, no hay dinero en los hogares o también para que no se involucren en cosas malas”.
Gerochi Puchungazo se alista para su mejor función: será padre.
Su pareja, Elizabeth Macedo, tiene cuatro meses de embarazo, ella también huyó de su casa por problemas familiares. Tienen un año en conocerse, y juntos sueñan que el oficio de payaso no desaparecerá y las sonrisas de los niños se mantendrán para siempre.


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